Todos tenemos un motivo, alguien que nos ilumina; hoy, acaso, desde el cielo

Foto: Jesús Domínguez
Siempre, desde pequeña, he oído esa frase que dice “del Pucela se nace”. Después de veintiséis años no me paré a analizarla hasta el pasado sábado, dieciséis de junio de 2018, fecha que todos los pucelanos y pucelanas recordaremos como la de un nuevo ascenso del Real Valladolid, no sé si más histórico que el anterior, pero sí más inesperado y, por tanto, más ilusionante –si cabe–. Ese pensamiento, fugaz en un principio, se me pasó por la mente en mitad del partido que nos enfrentó contra el Numancia. Fue uno de esos momentos de nervios y tensión máximos en los que, en apenas milésimas de segundo, una reflexión –casi siempre absurda y que no viene a cuento—decide aparecer sin motivo.
Lo cierto es que no se fue del todo, y mientras pucelanos y numantinos pugnaban por el mismo objetivo mi mente trabajaba esa frase… y lo siguió haciendo mientras se confirmaba nuestro regreso a Primera División. No defiendo esa idea de que “del Pucela –o de cualquier otro equipo– se nace”. Y oye, que ojalá que las primeras palabras de un niño fueran “Aúpa Pucela”. En ese caso os prometo que a mí como madre me haría incluso más ilusión eso que el que su primera palabra fuera ‘mamá’, pero la cuestión es que lo veo inviable. Por lo tanto, sí que creo, propongo y defiendo la frase “Ser del Real Valladolid tiene un porqué”.
Estas últimas semanas, llenas de locura blanquivioleta, he tenido contacto vía redes sociales con cientos de aficionados del club que con tanto orgullo llevamos allá donde vamos los de siempre, los de toda la temporada, los del estadio o los que no pueden por motivos varios pero que sienten y defienden estos colores como nadie. El Real Valladolid de Sergio González, es decir, el Real Valladolid de estos últimos meses, ha conseguido algo que para mí era impensable los años anteriores: que los amantes del blanco y el violeta fuéramos optimistas. Y eso, dentro del miedo que siempre está presente porque somos el y del Pucela para lo bueno y para lo malo, tiene un valor incalculable.
Hemos visto como un escocés recorría miles de kilómetros para estar presente en un partido de play-off, dando alas a una afición que ya volaba muy alto. Hemos visto como los dos menos favoritos para ascender se plantaban en esa final y que cualquiera de ellos sería representante de la comunidad en Primera División la temporada que viene, con el orgullo que para el otro representaría igualmente a pesar de tener que esperar otro año más para rozar el cielo. Hemos visto como las luces del estadio se apagaban, un año más, pero con una finalidad muy diferente a la de hace un año.
No sabemos cuántos de los aficionados presentes, y de los que se quedaron sin entradas, son realmente de Real Valladolid. No sé la cifra, pero si sé que los que lo sienten de verdad tienen un motivo para ello, y que ese motivo se lo dio alguien un día cualquiera y desde entonces no pueden vivir sin el Pucela.
Apuesto fuerte y no pierdo a que todos nosotros hemos recibido alguna vez la típica pregunta de esos aficionados a equipos de élite acostumbrados a ir de título en título y a que sus equipos viajen en avión y no en un autocar. El nuestro, seamos sinceros, necesita una capa de pintura, pero oye, es nuestro autocar y que a nadie más que a nosotros se le ocurra decir nada malo de él. Esa cuestión para la que todo aficionado del Real Valladolid está preparado para responder y que, en ocasiones, depende del momento que el equipo viva, es tan difícil de contestar: “Y tú, ¿por qué eres del Pucela?”.
Somos del Pucela porque a pesar de tantos tropiezos, caídas y heridas, siempre existe algo que compensa. Somos del Pucela por días, semanas, meses como estos últimos. Somos del Pucela porque, aunque nos vayamos al hoyo, es imposible dejar de serlo. Porque, aunque la cosa se ponga difícil, siempre encontramos una palabra de ánimo o un abrazo en el pucelano que se sienta a nuestro lado en el estadio, aunque no le conozcamos, para lo bueno y para lo malo. Somos del Pucela porque, confesémoslo, estamos orgullosos y presumimos del frío que pasamos para ver a nuestro equipo en invierno. Somos del Pucela porque no nos consideran grandes, pero sabemos que somos un club histórico, y por ellos nos da igual lo que nos vengan a decir aquellos que están tan acostumbrados a ganar que, estoy segura, al final las victorias pierden esa emoción que nosotros sentimos cuando rozamos el cielo y finalmente lo tocamos.
Pero, sobre todo, somos del Real Valladolid porque alguien nos dio un motivo para hacerlo. Cada uno con su historia por contar, a mí me gustaría contaros la mía. En mi familia, pucelana y madridista en su mayoría, desde pequeña he escuchado cientos de frases sobre fútbol. Sólo una se hizo un hueco grande en mí: tú ni del Barcelona ni del Real Madrid, tú del Real Valladolid. Os juro que esa persona que tanto me la repitió desde que tengo uso de razón era más madridista que el Santiago Bernabéu, un amor que solo fue superado por unas franjas violetas sobre esa elástica blanca. Él fue mi razón para defender la blanquivioleta. El sábado fue el primer logro del Pucela que mi porqué presenció y celebró desde su trocito de cielo, el cual, estoy segura, está sobre el José Zorrilla.
Cada uno podemos responder a la pregunta “y tú, ¿por qué eres del Real Valladolid?” de diferentes maneras. Pero yo, desde aquí, quiero dar las gracias a todos aquellos que nos dieron un motivo para serlo, porque fines de semana como el que hemos vivido es lo más grande y bonito que un ser querido nos puede regalar. ¡Aúpa Pucela!