Alberto Bustos, concejal de Deportes del Ayuntamiento de Valladolid

Faltaba más de una hora para el comienzo del partido. Una auténtica marea humana ocupaba las aceras del Paseo de Zorrilla, avanzando hacia el estadio. El viejo “coliseo” vivía sus últimos años de vida. Un nuevo estadio, más grande, moderno y funcional se estaba construyendo. Casi sin pronunciar palabra, caminaba pensativo hacia aquello que, hasta ahora, solo había visto por televisión. ¿Cómo sería un estadio por dentro? ¿Estarían cerca de la grada los jugadores? ¿Se escaparía algún balón hacia el público? Sentía un extraño cosquilleo, mezcla de nerviosismo, emoción e inseguridad, que me hacía agarrar con fuerza la mano de mi padre.
Él también estaba muy callado y pensativo. Más tarde supe que iba haciendo cábalas y cálculos mentales sobre las diferentes combinaciones de resultados que podrían llevar al Real Valladolid, de vuelta a la Primera División.
Corría el año 1980. Yo estaba a punto de cumplir nueve años. El Valladolid se enfrentaba a un Elche en el que jugaba un hondureño imponente llamado Gilberto Yearwood. Faltaban cinco jornadas para el final de liga y Zorrilla estaba a punto de retornar a la máxima categoría. Tras casi veinte años, si todo salía bien, podría volver a acoger a grandes estrellas; esas que aparecían en los cromos que cambiábamos en la Plaza de Cantarranillas.
Aquel día no pudo ser. El empate a dos hizo que hubiera que esperar unos días más para consumar el ascenso. Pero se consiguió. La temporada siguiente, el viejo Zorrilla volvió a albergar los partidos de la Primera División, Gilberto Yearwood jugó en el Valladolid y un grupo de jugadores locales, honestos y cercanos (de esos que te encontrabas por cualquier calle de la ciudad) aparecieron en la gran colección de cromos, junto a Arconada, Quini o Santillana.
Casi cuarenta años más tarde, son mis hijos los que viven intensamente conmigo un momento muy similar. Y aunque ellos y yo sabemos que, por supuesto, en la vida hay cosas más importantes, no podemos evitar un extraño cosquilleo cuando le contamos a mi padre que el Valladolid ha vuelto a Primera División. Él, por desgracia, casi no recuerda nada de su vida y no tiene muy claro quiénes son sus nietos ni de qué le están hablando. Sin embargo, les mira fijamente y sonríe de oreja a oreja. Nosotros también.