Valladolid enloquece en la celebración del ascenso del Real Valladolid a Primera División

Foto: Juan Postigo
El próximo ser que diga que Valladolid es una ciudad fría debería encontrarse con dos respuestas. Una, audiovisual, en la que viera un resumen de todas las emociones provocadas por el Real Valladolid en el último mes. Y otra en forma de comentario pueril: Villidilid is ini ciidid frii acompañado del típico gestito parecido al de los pajaritos que llama charlatán al otro. Porque de fría nada; arde, pero no como el fuego, roja, sino en blanco y violeta.
La locura se apoderó del vulgo hasta llenar tres veces de forma consecutiva el José Zorrilla e inundar el paseo central de Acera de Recoletos con más de 30.000 personas que acompañaron al equipo desde su paseo en barco hasta el escenario pasando por unas cuantas calles del centro de la city en su recorrido en el autobús. Llegado este a su destino, Pucela fue un clamor: «Nosotros te queremos, Mata quédate».
El grito, a buen seguro, se habrá escuchado hasta en los vestuarios del Coliseum Alfonso Pérez y habrá resonado en los tímpanos de Ángel Torres, pues parece ser que el Getafe será su próximo club.
Visto lo visto, será verdad el cántico; mucho tendrá que quererle la afición azulona para provocar los sentimientos que generó la vallisoletana hasta última hora, que llegaron a aflorar y a provocar lágrimas en el delantero, que, minutos más tarde, tragado el mazapán, dio las gracias por el apoyo recibido desde la pasada temporada, en la que «corría la banda como pollo sin cabeza».
El jaleo producido por Óscar Puente después de que anunciara que Valladolid tendrá una calle con el nombre de la entidad no fue nada comparado con el que se produjo, sobre todo, para pedir una última vez y a la desesperada a Mata que no se vaya o con los gritos que produjeron Sergio González o los integrantes de la generación del 95 al ser presentados. Los cánticos se fueron sucediendo durante más de una hora de trance blanquivioleta en la que solo faltó escuchar algún «¡Aleluya!».
La hilaridad de los conductores del acto, existiendo, no trajo en ningún caso la misma reacción que ante un pastor afroamericano. Aunque casi hay dos personas que consiguen arrancarla. Uno fue el entrenador catalán, que fue manteado al ser anunciado, y que después de haber cedido el protagonismo a sus futbolistas en todo momento, situado en un segundo plano junto a su ayudante Diego Ribera, terminó cogiendo el micrófono para acordarse de cuanta gente ha participado en esto. Y el otro, sin duda, fue Lukas Rotpuller, la puta estrella de rock (con perdón) que ha terminado de iluminar el ascenso.
El tío no habrá jugado ni un minuto, pero ya en los vídeos promocionales se veía en él a un artista. Y lo es. Vaya si lo es. Demoró su presencia en el escenario como si sus compañeros fueran más bien sus teloneros, pero cuando apareció… ay cuando apareció. Aunque parco en palabras, su discurso debería enseñarse en cada colegio gallego a fin de adquirir claridad en el mensaje hasta cuando no se quiere ser claro. «Yo ayer un poco fiesta nada más. Nada pasó», dijo. Vino a ser como tener un hijo resabiado y con chispa. Y encima el fiera, el crack, el figura, el campeón, lo arregló –si es que había que hacerlo– con un «¡A Primera, oeee…!» que sonó a que había llegado al amanecer, pero al menos había traído churros para toda la familia.
Para entonces Jaime Mata ya había llorado (las cosas del directo), se había escuchado varias veces corear lo de «¡Habilidoso, Alberto Habilidoso…!» (culpa de Antoñito, que llevaba puesta su camiseta) y también un «¡Moyano selección!» del que Lopete… Hierro debería tomar nota. También se había visto que lo de Toni y Ontiveros es más bien hablar en el campo –aunque el marbellí tuvo un bis–, pero no así todas las dotes de Guille Lara. El portero del filial, una suerte de Pepe Reina que habría cumplido de speaker, se inventó su propia variante del triatlón: primero se tiró al Pisuerga, más tarde reenganchó con el autobús (estaba el centro como para ir en bici) y, como en Cádiz son así, cambió el correr por un chiste.
‘La senda del tiempo’ emocionó en el casi cierre. Puso los pelos de punta, la gente elevó la bufanda a los cielos y cantó con los ojos cerrado como cuando en la discoteca de turno suena ‘Años 80’ y sabes que solo falta que enciendan las luces para anunciar que venga, que acaba la copa que tenemos que cerrar. Pero era bromi, porque todavía quedaba un reggaeton que, al menos en el escenario, hizo perrear a más de uno.
Lo de la música fue ‘El curioso caso de Benjamin Button’, porque la tarde había empezado con ‘Mi gran noche’ de Raphael. Como si a alguno le quedaran fuerzas para convertir, también la del domingo, en una gran noche. El sueño del aquí firmante, imposible a sabiendas pero no por ello indeseado –ejem, como el ascenso hace dos meses–, es que se pueda invertir una cosa más: que se pueda doblar el tiempo con Mata y que se quede. Que no se vaya. Ni de vacaciones. «Nosotros te queremos, Mata quédate». Con tu señora. Con Teo. Con tu gente.
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