El Real Valladolid irá a Gijón con una buena renta (3-1), aunque deja al Sporting vivo tras una primera parte histórica en la que los goles de Calero, Hervías y Calavera en propia puerta pusieron al conjunto blanquivioleta en una nube
Querido Real Valladolid del pasado:
Sé que esto que te voy a decir será complicado de asumir para ti, pero en una noche como esta necesito expresarlo. Estoy mejor que nunca. Siento decirte que tu marcha no ha hecho sino aliviarme e incluso por momentos –como este– desatarme, dar rienda suelta a la locura que durante mucho tiempo estuvo ausente. He dejado atrás ese agujero negro de resultados en el que estabas inmerso y he logrado acallar todas las voces que no confiaban en ti, hasta conseguir que conmigo se transformen en júbilo, en aplausos, en un grito unánime: Queremos más.
Como sabes, logré meterme en play-off y, aunque te parezca mentira, he juntado a más de veinte mil gargantas, que ahora están unidas, aupando al equipo a una victoria quién sabe si histórica. Pero si algo he aprendido en este tiempo es a no conformarme. Y más después de una noche en la que el objetivo de la promoción se ha quedado en una nimiedad.
Y es cierto. Quién le iba a decir a aquel Real Valladolid que perdió en Albacete, el que salió derrotado de Tarragona en el último minuto, que iba a ser capaz de realizar un partido como este. Más que partido, una reliquia venerada por una hinchada que de nuevo explotó, que tenía la sensación de que la noche acabaría con la megafonía entonando el apoteósico We Are The Champions.
No fue así, además de que porque aún está por ver lo que ocurrirá en la vuelta, porque el resultado no fue del todo satisfactorio para lo que pintaba en algún momento. Se especulaba con que lo importante quizás era no encajar, pero en el tiempo de vestuarios ya nadie se acordaba de eso. Toda una ciudad acababa de presenciar cuarenta y cinco minutos que tardará en olvidar.
Porque, querido Pucela del pasado, este equipo también tiene la suerte que antes le faltaba, el fútbol que hace meses escaseaba y esa presión asfixiante ejercida que durante jornadas y jornadas se necesitaba. Las tres se dieron cita en ese primer acto en el que, tras un inicio si bien algo alocado, el Real Valladolid se asentó, arrinconó a un Sporting que se sentía acosado y que, por supuesto, fue derribado.
Hasta en tres ocasiones en el último cuarto de hora. Primero por Calero, y después por un Hervías que sabe de maravilla que el fútbol es confianza. Y cuando la tienes, todo sale. Después de meter esa falta antológica ante Osasuna que, como dijo, había soñado, cuando dispuso de una acción similar y cogió el balón todos nos preguntamos si –ojalá– este jueves se había echado otra siesta.
La respuesta estuvo en ese trallazo que volvió a entrar por la escuadra y que supuso solo la continuación –que no el fin– del ciclón blanquivioleta que se prolongó diez minutos más. Y es que, solo dos minutos después, Calavera introducía en su portería el balón y sellaba el tercero de un Real Valladolid desbocado, consciente de la inercia que le daba el primer gol y de que si había un momento de encarrilar la semifinal era ese. Desgraciadamente, el árbitro pitó el descanso.
La felicidad nunca es completa
Y con el pitido, el aficionado se pellizcó y se percató de que realmente estaba ocurriendo. No se había estropeado el marcador –y ya es noticia– y la renta era de tres goles. Así que era momento de sufrir –para los realistas– o ampliar ventaja –para los eufóricos–. Es cierto que los asturianos apretaron, olieron el gol en botas de Jony, pero tampoco asfixiaban a un Real Valladolid que, es verdad, ya no volvió a mostrar esa fluidez. Ya habría sido demasiado.
Porque se presentó otro partido en el que los de Sergio González tenían la opción de salir a la contra. Lo que nadie iba a sopesar era que quien marcaría al contragolpe sería el Sporting. En un fallo de Moyano, Jony arrancó desde tres cuartos y definió al palo corto de Masip. Restaban veinte minutos y ya no quedaba otra que sufrir y rezar.
No tanto como se pudiera esperar, pues los de Baraja sí adelantaron líneas, pero apenas probaron a Masip. Y si se acercaban, ahí estaba Calero para impedirlo.
El central realizó el mejor partido de la temporada, con una actuación imperial en defensa, sin un error, y con una salida de balón notable. Fue sin duda uno de los responsables de que el marcador no se moviera más.
También tuvieron su parte de culpa Ontiveros y Toni Villa que, en lugar de ser agresivos en el área, quizá abusaron en exceso del regate, hasta el punto de que Mariño no tuvo que trabajar en los últimos veinte minutos.
Era lo de menos: el Real Valladolid ya tenía renta suficiente para viajar a Gijón y afrontar la vuelta de semifinales de play-off con cierta comodidad, que no tranquilidad.
Con esto no quiero decirte que me arrepienta del pasado. Al contrario. Al fin y al cabo, lo que no te mata te hace más fuerte y ahora estoy más hercúleo que nunca. Puede que lo de esta noche no signifique nada, que se quede en agua de borrajas, pero con este equipo y afición unidos eso se antoja difícil.
Espero escribirte el próximo domingo para contarte que he dado otro paso, el penúltimo para alcanzar la gloria, y así poder volver a decirte que no te echo de menos.
Firmado: el Real Valladolid del 7 de junio de 2018