El conjunto de la Villa del Tratado firmó frente al Zamora la gran tragedia de la vida del hombre mundano
“¡No puede ser. No. No!”, decía Andrés Villagarcía mientras su grito exclamaba más allá del margen oriental del Volga. Sí puede ser; todo mal es posible y aumentable en casa del pobre. Y no vengo a decir que alguien es grande por perder, puesto que solo es grande quien gana, pero esto no es una cuestión de tamaño, ya que el Atlético Tordesillas ha demostrado esta temporada que eso no importa.
Vaya por delante que soy del Real Valladolid y que me considero un perdedor acostumbrado a ser el centro de atención, que diría Chino, cantante del grupo Supersubmarina –otros que a punto han estado de perderlo todo–. Sin embargo, no me puedo sentir más identificado con el Atlético Tordesillas; evidentemente, más que con el equipo del que siempre he sido y seré. Y sí, me siento identificado porque el play-off se le marchó al conjunto de Sedano como solo se le puede escapar al último de la fila: de la manera más cruel posible.
Si alguna vez pierdo un sueño, será también a falta de cinco minutos y tras tenerlo en mi mano. Como aquel corredor que pierde el Tour de Francia en el descenso del último puerto. No me imagino fracasando de otro modo. Me puedo llegar a imaginar triunfando, como seguramente el Atlético Tordesillas acabará haciendo (aunque tener la oportunidad de soñarlo ya me parece un éxito enorme), pero si pienso de qué manera se podrá romper el anhelo más íntimo y profundo que pueda llegar a tener, solo puedo imaginar un final como el acaecido en el Ruta de la Plata hace ya unos pocos días.
El Torde somos tú y yo sin velas que soplar en la tarta. Tú y yo somos el Torde, sin nadie que cuente nuestras derrotas. Porque es triste encontrarse solo, pero lo es más aún no tener a quien contárselo. Y desventurado es perder, pero más penoso aún es que nadie narre cómo hincaste la rodilla y comenzaste a llorar. Quizás por eso Blanquivioletas te haya contado durante toda la temporada el devenir de este equipo, ya histórico; y quizás también por ello esté escribiendo esto ahora, sabiendo que al menos alguien habrá que me escuche.
El Torde somos tú y yo: yo intentando explicar que ser el que ha perdido también tiene su gracia, probablemente más que ser quien gana porque tiene de su parte al más poderoso caballero, Don Dinero. Y eres tú intentando encontrar lo positivo de la derrota. Y no lo lograrás porque no existe tal cosa, pero he ahí la gracia.
Porque el humilde, el acostumbrado a ser vencido, el que lucha contra todo y contra todos, tiene algo que otros no tendrán, que es su propia derrota, y en ella, alguien que le apoye. Porque sí, somos perdedores y nadie se digna a hacer leyenda de nuestras derrotas, pero en las mismas tenemos a aquellos que nos apoyan, se llamen afición, cariño o madre. Y a estos, a los de verdad, solo los encuentras en las derrotas y para hallarlas debes perder mucho o muy cruelmente. El domingo supimos de nuevo, por si se nos había olvidado, qué era eso.
El Atlético Tordesillas somos tú y yo fracasando y volviéndonos a levantar con nuestra gente. Damos con nuestros huesos en el suelo en demasiadas ocasiones, y a veces caemos desde muy arriba, como en Zamora, pero tenemos a alguien que amortigua el golpe. Y ese alguien eres tú y por eso tú, que estás leyendo, eres también el Atlético Tordesillas.