El Real Valladolid cae ante el Sporting y rompe su racha en casa a pesar de merecer más en el debut de Sergio González
Cuando Carlos Suárez razonó en rueda de prensa el despido de Luis César argumentó que «si quieres que cambie algo no puedes hacer siempre lo mismo». Su nuevo entrenador, Sergio González, tardó algo más de una hora en darse cuenta. Pero, cuando lo hizo, pudo ser decisivo. Solo algo que él mismo dijo en su presentación, que la pelotita tenía que entrar, amargó su estreno como entrenador de un Real Valladolid que no mereció perder contra el Sporting.
Y sin embargo lo hizo. Por la mínima. Sin que diera la sensación de que hizo falta mucho para hacerle hincar la rodilla. Después de disponer de varias ocasiones para empatar. Para neutralizar un tanto que, como tantos otros, no se debió producir, otra vez precedido de un error en cadena.
Se produjo otra vez muy pronto, a los tres minutos. En un balón a la espalda se la ganaron otra vez al lateral izquierdo –de nuevo Nacho–. Otra vez un central fue blando en la persecución, marca u obstrucción del servicio. Otra vez el otro desatendió al jugador que entraba. Y otra vez no hubo quien acompañara esa entrada. Así, el gol de Rubén García fue excesivamente fácil para un Real Sporting que llegaba y salió de Zorrilla líder y enrachado. Como si fuera igual de sencillo para todo el mundo levantarse y marcar. Como si todo el mundo concediera con tanta facilidad.
Durante mucho tiempo fue lo único que hizo de mérito el conjunto asturiano en campo rival, pero es que tampoco lo necesitó. Según fueron los minutos siguientes, podría haberse alargado durante tres días la contienda, que los de Rubén Baraja estaban cómodos, porque aunque el Real Valladolid fue teniendo cada vez más y más el balón, no tenía claridad. Fue como si el asno quisiera reescribir la fábula y, al encontrarse la lira, quisiera tocarla, a pesar de carecer de habilidades para hacerlo.
Dos tímidas intentonas fueron bien abortadas por Diego Mariño y por la zaga rojiblanca, que apenas se vio exigida porque aquella incapacidad generadora. Y es que Míchel, cuando bajaba, dejaba muchos metros por delante sin una referencia que diera continuidad a lo que hacía, y cuando no bajaba, el problema estaba en lo narrado, en que Jaime Mata no tenía quien le escribiera cartas de amor, y no nos engañemos, aunque el ‘nueve’ demostró que no le hace falta para terminar gritando extasiado gol, siempre es mejor si lo hay.
Al menos los errores atrás no fueron más, pero hacía falta otra cosa. Y esa otra cosa fue que el contrabajo pasara a marcar el tempo. En cuanto el valenciano pasó al centro del campo, mejoró la circulación. Fue como reescribir la fábula y afilar las pezuñas al équido, y que entonces sí, la lira sonaba. Antes, el propio Míchel había tenido un disparo a las manos de Mariño previo a que fuera invalidada una carrera de Borja por un fuera de juego que no fue.
La entrada de Gianniotas por Luismi trajo otra consecuencia, y es que el Pucela estiró el campo hacia afuera, después de apelotonar demasiados jugadores por dentro en el tiempo previo. El heleno lo intentó, aunque la defensa del Sporting siguió firme y no le permitió demasiadas diabluras. Pero, entonces sí, algo había cambiado; los blanquivioletas insistían dirigidos por uno que sí sabe dirigir, infrautilizado durante todo el curso.
Los minutos fueron pasando sin demasiadas ocasiones, aunque con el campo cada vez más inclinado hacia el área de Mariño, lo que generó una inercia contragolpeadora acrecentada por la entrada al terreno de juego de Jony. Él, Carmona y sobre todo Nano intentaron sentenciar en sendas galopadas sin éxito, la más clara, la del último, que en el uno contra uno disparó alto. Fue en el ochenta, justo después de un paradón del exportero blanquivioleta a Mata, que se revolvió bien dentro del área y remató a la media vuelta.
El gallego metió una mano salvadora, como lo fue la de Barba, defensor central, y a quien se le debió cobrar un penalti por tocarla con la extremidad superior. La protesta, lógica, provocó una tarjeta para Gianniotas pero de nada sirvió, como suele suceder. Por suerte, tampoco hizo enloquecer a los de Sergio González, que utilizó por primera vez ese 4-4-2 fetiche para él después de dar entrada a Toni Martínez. El valenciano trató de asistir a Mata, pero lo único que hizo fue llevarse otra tarjeta por la que cumplirá ciclo en Oviedo.
La intención nunca decreció y el Real Valladolid vio como el antes infractor perdonado, Barba, sacó debajo de los palos un remate de Mata en el agregado, que habría hecho justicia con un tanto que los vallisoletanos rozaron en esas varias ocasiones, sin suerte. De esta manera, el Sporting abandonó Zorrilla con tres puntos más, más lejos de los blanquivioletas, con una racha que ya es de ocho victorias seguidas y nueve en las diez últimas jornadas.
El Pucela, mientras, ve como nada cambia, porque en realidad en casa ya era fiable, y sin embargo esta vez cayó. Lo hizo dejando unas sensaciones que fueron mejores con el paso de los minutos y que podrían invitar a cierto optimismo de no ser porque quedan solo siete fechas para el final liguero. Ir contra el reloj es el mayor hándicap que tiene por delante Sergio González, quien deberá demostrar en el Tartiere una mejoría real. De momento, con el placebo del cambio de entrenador no es suficiente.