Tras dos empates consecutivos fuera de casa, un gol del Nàstic en el 89′ consuma la derrota de un Real Valladolid que se fue a por los tres puntos en el tramo final y no se llevó ninguno

Foto: LFP
Después de dos jornadas caminando sobre la cuerda floja lejos de Zorrilla, el Pucela cayó al vacío cuando estaba a punto de pisar tierra. Acudió a la llamada del triunfo, que le estaba esperando al otro lado, y que según transcurría el partido se presentaba más factible, pero sin atender al riesgo que suponía acelerar el ritmo. Y no siempre arriesgar es sinónimo de ganar, al menos en la vida real.
El Real Valladolid no mereció irse de vacío, pero así fue, y un gol de Álvaro Vázquez en el 89′, precedido de varios errores de la zaga blanquivioleta, birló un punto que parecía asegurado, aunque insuficiente, pero que al menos habría servido para seguir con la cantinela de “el punto es bueno si se gana en casa».
Porque además de perder, la forma de hacerlo fue cruel: en el último minuto, desaprovechando la enésima oportunidad de meterse en el play-off, y sabiendo que el rival ya había capitulado a falta de veinte minutos. El Nástic, fundido, abandonó su lucha por el triunfo en el minuto 70 y prefirió dejarse llevar y colocarse a expensas de un posible fallo de su rival.
Y lo hubo. Por partida doble. Calero resbala y no acierta a despejar cuando Álvaro Vázquez ya comandaba la contra y, para rematar la faena, este disparó solo cuando le volvió a llegar el balón. La defensa pucelana observó cómo, sin oposición, conectó un centro-chut que nadie logró desviar, y que Masip ni olió.
Suponía un jarro de agua fría después de un partido malo en cuanto a juego, aburrido para el espectador y careciente de ocasiones, pero que dejó un arreón final blanquivioleta con espacio a la esperanza. Solo quedó en eso, en una ilusión de deshacer un empate que, después de todo, habría sido positivo.
Otro inicio para olvidar
Y como en cada partido lejos de casa, los de Luis César pusieron el despertador tarde. Esta vez, en concreto, con media hora de retraso. Su conjunto salió acostado, perdido. Era una auténtica marmota con cada balón parado que el Nàstic aprovechaba para sorprender, aunque sin culminar.
Pero hasta el más dormilón también goza de sus periodos de vigilia, como sucedió en último cuarto de hora del primer acto, que tampoco se convirtió en una película de acción, pero que al menos dejó de ser de miedo.
Y ese cambio llegó cuando Míchel bajó el balón al césped y cuando su equipo se dio cuenta de que con el patadón no se iba a ningún sitio. Cada balón en largo generaba una taquicardia porque cada cual resultaba más impreciso que el anterior. Aun así, pese a ese cambio de mentalidad, el Pucela se fue al descanso sin generar ni una ocasión, hasta el punto de que Dimitrevski se marchó al vestuario inédito.
Tampoco tuvo trabajo en la segunda parte, donde solo ‘se esforzó’ con un disparo de falta directa del griego Gianniotas. Al menos en el tiempo reglamentario, porque en el descuento sí se puso el mono de trabajo para ahogar la fiesta de Mata que tuvo en su pierna derecha la oportunidad de mantener con vida al acróbata.
Pero falló. Todos somos humanos, incluso Mata, que disparó al muñeco, y los tres puntos se quedaron en Tarragona. Lo que sí se llevan los de Luis César es la desolación de saber que fueron mejores y no lo aprovecharon, de recordar que la promoción vuelve a alejarse y de que ya van tres meses sin ganar a domicilio. Y además, la cuerda floja del empate a cero, esta mañana de domingo se rompió. Ahora vendrá el Sporting, sin ya poder decir que será necesario hacer bueno el punto cosechado fuera, porque el Pucela, esta vez, no se llevó ninguno.