Un Real Valladolid inútil en ataque cae derrotado por 0-3 a manos de un Nástic súper efectivo que transformó sus tres ocasiones

La Real Academia Española define el término frustración, o en defecto frustar, como “dejar sin efecto o malograr un intento”. Una sensación desesperante para el sujeto, que contempla cómo su objetivo final queda en nada, en humo. Que se lo digan a un Real Valladolid ineficaz, inútil en ataque este domingo en Zorrilla, en un auténtico desastre de partido en el que cayó derrotado por 0-3 ante un Nástic que fue la otra cara de la moneda. Y es que querer no siempre es poder.
El equipo de Luis César viene demostrando en las últimas semanas dos problemas preocupantes en su camino hacia Primera. El primero, más acentuado y visible, que le cuesta Dios y ayuda terminar un partido con su marcador a cero. Ha ocurrido en los últimos cuatro y en solo dos de los trece. Y el segundo, que cuando se atasca en ataque, bastante menos a menudo, se queda en blanco. El campo se hace gigante y las porterías enanas.
Pues bien, frente al conjunto granota se acentúo todo. Simplemente todo lo que pudo salir mal, salió fatal. Y no sería porque los blanquivioletas no le echaron bemoles nada más arrancar. Por la situación clasificatoria de ambos equipos y por sus inercias podía intuirse que si los locales lo peleaban, conseguirían su premio.
Así el Valladolid salió en tromba en los primeros minutos para demostrar quién mandaba aquí. Pero el destino es cruel a veces, más en el fútbol. Una contra perdida, la primera del partido, y un centro desde la derecha que remató Maikel Mesa de manera poco ortodoxa para que el balón entrara llorando sin que Masip pudiera hacer nada. Apenas era el minuto 9, pero ya era el principio del fin.
A partir de ahí comenzó la cuesta abajo, el quiero y no puedo, el yo empujo y tú resistes. Luis César repetía once con la intención de repetir un funcionamiento parecido al de Reus de hace tan solo unos días, y lo cierto es que así fue. Los de blanco y violeta controlaban el balón, encerraban a su rival atrás, pero no había el orden suficiente para atravesar el mar de piernas granotas, ni por las bandas ni mucho menos por el centro.
Los suspiros y las quejas en la grada no se hicieron esperar. ¿Saben esos días en la oficina en los que el jefe te abronca, se te cae el café encima y las hojas de informes no paran de apilarse encima de la mesa? Pues al Pucela los pases más sencillos no le salían, los regates acababan en saques de banda y los disparos acababan siempre por encima de la portería, por no hablar de que el árbitro no ayudaba ante un Nástic que, recordemos, llegaba plagado de lesiones -sin su máximo goleador Uche-, quinto por la cola de la clasificación y con tres partidos sin ver puerta. Parar echarse a llorar, vamos.
Así, entre dimes y diretes, jugadores del Nástic perdiendo el tiempo y triangulaciones que terminaban en el limbo entre Óscar Plano, Iban Salvador, Toni y Mata se llegó al descanso con un Pucela desquiciado y un Masip que no sabía si era buen o mal portero, pues solo había tenido de trabajo en la primera mitad recoger el balón de las redes. Le llegan a decir al aficionado de la grada lo que le quedaba por ver y probablemente hubiera optado por ponerse una venda en los ojos.
Sí, restaba el tropiezo 2.0. Todo parecía indicar que el segundo round sería más de lo mismo, un acoso y derribo local con la esperanza de encontrar premio, pero nada más lejos de la realidad. Masip y Calero decidieron jugar al gato y el ratón recién ingresados de vestuarios, un mal entendimiento, el portero que sale a la desesperada hasta zona de tres cuartos, el defensa que no entra con contundencia… y Assoubre, que pasaba por ahí, solo tuvo que elevar el balón por encima de los dos para marcar desde su casa a puerta vacía. Surrealista, el colmo de los colmos. Dos de dos para los visitantes, que se veían con una ventaja impropia en base a lo visto sobre el césped.
Se activó entonces la alarma de pánico nuclear. Luis César empezó a tirar de fondo de armario, sin apenas efecto, y el Nástic optó por la táctica Mariano Rajoy: no hacer nada, no tocar nada, hasta que se solucione todo solo. Y curiosamente, funcionó. Vaya si funcionó. A estas alturas el Pucela ya estaba fuera de sí, desperdiciando balones de manera continua poco consciente de que faltaba un tercer mazazo. Un patadón en largo de los tarraconenses, un control sorprendente de Delgado cuando todo parecía indicar que el balón se iba por línea de fondo y un Maikel Mesa que fusiló a bocajarro para firmar el segundo de su cuenta. La efectividad en su máximo exponente.
El resto del encuentro puede representarse con dos de las últimas acciones de peligro del Real Valladolid en todo el partido. En apenas cuatro minutos Mata y Hervías impactaron sendos balones al palo cuando la grada ya se levantaba para cantar el gol, y Villalibre marró un pase de la muerte que tan solo hubiera tenido que empujar a portería. Y es que hay veces que las cosas no salen. No puede escudarse el Pucela solo en haber tenido un mal día, pero también es cierto que querer no siempre es poder.