El Real Valladolid se olvida del desastre de Vallecas con una goleada (4-0) ante un Alcorcón insulso, que se dejó machacar en el tramo final

No por ver el resultado se puede pensar que el Real Valladolid realizó un partido académico. Tampoco sería justo decir que no mereció vencer con comodidad ante un Alcorcón que se va con la sensación de que el marcador es abultado, pero con el pensamiento de que no mereció nada mejor.
Pero tras una derrota como la de Vallecas, el primer objetivo siempre es ganar, y ya si las cosas van rodadas, jugar bien. El Pucela cumplió con creces lo primero, pero dejó más inquietudes en lo segundo.
Bien es verdad que le costó lo suyo encauzar el triunfo. 41 minutos para ser exactos hasta ver al pichichi Mata-dor entrar en acción. Con ayuda –mucha– de Dani Jiménez, pero como aquel dice, hay que estar ahí para empujarla. Al portero alfarero se le escapó un balón de las manos que parecía cómodo y el nueve adelantó a los locales.
Hasta entonces, el choque era vulgar. En juego y en ocasiones, tanto de uno como de otro conjunto. El Pucela empezó mejor, aprovechando su factor campo para ejercer el control –que no buen fútbol–. Porque era un dominio espeso, tanteador, que apenas servía para efectuar algún centro desde la banda, siempre sin encontrar rematador o, al menos, sin uno efectivo.
Tampoco proponían mucho más los visitantes, que fuera como fuera el resultado, se mostraron indefensos, timoratos con el balón, eso sí, con una línea defensiva férrea, que no se rompió hasta que la chafó su portero en el uno a cero.
La segunda mitad siguió un guion similar hasta el segundo gol blanquivioleta, que llegó con una falta directa resuelta por Míchel, de nuevo con ayuda, en este caso de la barrera rival, que desvió por completo la trayectoria del balón, convenciéndole a Jiménez de que esta no sería su tarde –y menos que lo iba a ser–.
Los mejores diez minutos de la temporada
Ya solo quedaba esperar a ese gol que hiciera sufrir a los locales, como viene siendo habitual. Pues ni siquiera eso, siendo buena muestra del mediocre partido que protagonizaron los de Julio Velázquez. Y cuando no metes miedo al Real Valladolid, ya se encargan ellos de rematar la faena.
La traca final se inició con la entrada de Gianniotas, a falta de cinco minutos, sustituyendo a un Toni Villa, que volvió a dejar detalles de calidad, sobre todo en la primera parte, pasando a ser uno de los futbolistas cuando menos más regulares en las últimas fechas. Empieza a merecer estrenarse en liga.
Pero el ya más que estrenado Mata, no contento con su tanto, redondeó su discreta tarde en cuanto a juego con un doblete. Remate al larguero del griego que el ariete aprovechó para marcar a puerta vacía. Otro gol fácil, sí, pero hay que estar ahí para enchufarlo, de nuevo.
Y por si ya era poco el éxtasis que la grada vivía, aún quedaba el postre. El yogur griego, para ser más exactos. Con su entusiasmo habitual, Gianniotas recogió el balón en la banda izquierda, comenzó la diagonal hacia dentro y, casi en la frontal, la pegó colocada, marcando el cuarto y definitivo tanto, inalcanzable para Jiménez.
En cinco minutos, el griego, con una asistencia –con palo incluido– y el gol de la tarde había hecho olvidar a la afición blanquivioleta el partido tan reservado que habían realizado sus futbolistas. Pero la eficacia también es un factor, y es que el Real Valladolid contó esta tarde sus ocasiones por goles.
No siempre será así. No en todas las ocasiones las terapias dan el mismo resultado. Es más, a veces hasta se sale peor de ellas. Pero el Zorrilla empieza a ser buen escenario para desquitarse. Quién lo iba a decir cuando el año pasado se decía que los jugadores salían al césped con miedo de la afición, que era -es y seguirá siendo- estricta. Parece que las cosas empiezan a cambiar aquí. Al paso que van, con este calor, también dejará de ser el estadio de la pulmonía.