Luis César Sampedro llega a Valladolid con la idea de adaptarse a los mimbres de que disponga, aunque con el sambenito de ser un entrenador que promueve un fútbol atractivo

Cuando uno piensa en Luis César Sampedro, nuevo técnico del Real Valladolid, piensa, entre otras muchas cosas, en aquel Albacete que terminó dando con sus huesos en la Segunda División B porque no tenía mimbres suficientes para mantenerse más arriba, pero que sin embargo jugaba muy bien. Lo hacía después de varios cursos en los que el gallego fue su técnico, con un estilo definido que pasaba por ser dominador del balón siempre que fuera posible (y solía serlo).
De alguna manera el sambenito de promover un fútbol atractivo le viene acompañando en los últimos años, ya que también su CD Lugo ha tenido durante la campaña pasada momentos de buen juego. Es más: en un primer chequeo de su página web uno se encuentra con que afirma que su método pasa, entre otras cuestiones, porque sus conjunto tengan «un estilo de juego reconocible», siempre a partir de una adaptación que nace en él –«me adapto a los equipos que dirijo», dice también en su portal–.
Así, por ejemplo, a su llegada a Lugo expuso la metáfora del buen cocinero. «Un entrenador tiene que ser como un buen cocinero y saber cocinar muchos platos. Hay que saber hacer un arroz con bogavante, pero también un cocido, una fabada asturiana y unos huevos fritos. Un entrenador que solo sabe hacer una cosa es un entrenador incompleto», afirmó en su presentación, y agregó: «Quiero ser un entrenador completo y tengo que saber entrenar muchos modelos de juego«.
De esta manera introdujo un matiz de verticalidad a un equipo tradicionalmente amigo de la posesión y que no huía de la horizontalidad. Claro, que con jugadores como Calavera, Iriome y Pedraza era casi obligado definirse como ‘golpeador’ (que no contragolpeador), puesto que el primero necesita aparecer para ser él y los dos primeros son más útiles recibiendo el balón en ventaja o con opciones de generar, al menos, unos para uno.
Así, al menos durante los primeros meses de competición, el conjunto lucense dejó de estar definido por Pita y Seoane y pasó a hacerlo sobre todo por el citado Pedraza, cuya baja en el mercado invernal fue un golpe al mentón de Sampedro: sin él ya nada fue igual. Autor de seis goles y repartidor de ocho asistencias, no encontró parangón ni en Fede Vico ni mucho menos en Maxi Rolón, con quienes compartía características como la electricidad o la movilidad.
Y es que al final, como diría aquel, el fútbol es de los jugadores. Algo así vino a escribir el técnico gallego hace un lustro en un artículo titulado ‘Los estilos sin futbolistas’, en el que llega a afirmar que cree «poco en los estilos y mucho en los futbolistas». En él recordaba la travesía en el desierto del Athletic Club cuando se pasó dos meses sin Fernando Llorente, lesionado, o lo que le costaba al FC Barcelona ganar los partidos fuera de casa cuando Messi no se ponía «las pilas».
«El estilo es el mismo, el entrenador también pero los que definen no están, por tanto el estilo no funciona sin los buenos en las áreas. El estilo es tener gol y un gran portero; sin ello no hay estilo que valga»
¿Contradice la afirmación anterior aquello del juego reconocible que hoy encabeza su presentación? No. No se contradice al poner por delante al futbolista, sino que le concede el rol que merece como actor principal del juego. Si no se le concede ese peso, si se pone por delante el ego del entrenador con el fin de triunfar, lo más seguro es que se fracase. Y Luis César lo sabe.
De su Real Valladolid cabe esperar una línea continuista con respecto a la temporada pasada, en la que Paco Herrera dio una prioridad máxima y a veces obsesiva a la posesión, aunque, a la vez, cabe desear que Sampedro no se enroque como su predecesor. Si en el Albacete se destacó como buen amigo del esférico y en el Lugo introdujo un interesante componente de verticalidad, no sería de extrañar que en Zorrilla buscase darse continuidad a sí mismo con una apuesta por tener el balón y ser paciente con él, pero también vertical cuando vaya a resultar dañino.