El Real Valladolid sigue sin firmar la paz con el juego, pero se encomienda a sus delanteros, más abiertos, para calmar la ansiedad

No era ni el mejor escenario ni el mejor momento para lucirse. El Real Valladolid, después de encajar una de las derrotas más dolorosas de los últimos tiempos, se enfrentaba a la afición y a la obligación de sumar una victoria para evitar decisiones contundentes.
Herrera, frente a la diana, buscó entre la caja de los dardos y eligió uno que aún lucía casi intacto: Espinoza. Lo situó, al principio, en la banda izquierda. En la derecha, prefirió a José. Y, en el centro, al único jugador que rindió en Sevilla: De Tomás.
Este movimiento en la línea de atacantes devino en la principal diferencia del sistema respecto al empleado en otros encuentros. Por fin, abría las alas y, con ello, el campo. Tanto José como Espinoza partían sus maniobras ofensivas más cerca de la cal. Y, de ellos, brotaron también la mayoría de ocasiones (Espinoza dio el primer gol a De Tomás) no sólo en el primer periodo, sino también en el segundo (cuando permutaron de banda).
La estrategia del entrenador pucelano parecía sencilla de desentrañar. Sin balón, esperando en campo propio a un Elche con más posesión (que se equilibró en el segundo acto), el Real Valladolid trataba de acelerar las transiciones defensa-ataque, saltándose la fase intermedia, y trasladando el flujo con balón a los flancos.
Quería llegar pronto a la portería del Elche, una vez que parece haber dado por perdido a su centro del campo (al que volvió Míchel, esta vez un poco más cerca de los delanteros). El fútbol más veloz y contragolpeador de los blanquivioletas contrastaba, sin embargo, con el nerviosismo que despedía en los balances defensivos y ofensivos.
Su fútbol pendía como anudado por la ansiedad y un entorno asfixiante. Lo sostenía el nivel técnico de De Tomás, el arrojo y acierto en el regate de José y la constancia y desequilibrio de Espinoza.
En los últimos 45’, el Real Valladolid encontró más posibilidades de disparo y encadenó tramos más continuados en terreno franjiverde. Siempre bajo el sello del contraataque y del recelo en confiar en la generación de fútbol interior, como si el agujero negro cósmico lo marcara el círculo del centro.
El gol de José, al borde del final, alejó a los pucelanos, al menos durante unos días, de la debacle. Aunque no hayan cerrado un acuerdo de paz con la hinchada y, sobre todo, con el juego.