Un Real Valladolid indigno sale dura y merecidamente goleado de su visita al Sevilla Atlético en el Sánchez Pizjuán
Pasan los minutos, la negación permanece. Los golpes duros cada uno los pasa como puede. Es tan difícil a veces… Se sale. Siempre se sale. Es lo que a uno le viene a la cabeza en ese instante en el que quiere empezar a afrontar la realidad. Pero, joder, duele. Mirada perdida, gesto serio. Lágrimas, por qué no reconocerlo.
Y alguien viene y te dice «hijo, ¿por qué lloras?». Y tú no entiendes. Y te entran ganas de mandar a la mierda a esa persona. «¿Pero tú has visto?» es lo menos abrupto que serías capaz de decir, seguramente acompañado de algún exabrupto que reafirme tus sentimientos. Pero todo se resume en uno. A que, joder, duele.
Yo nunca tuve quien me preguntara a qué se debe mi llanto. Quizá al contrario, crecí escuchando aquello de que los hombres no lloran. Y una mierda no lloran. Lloramos, si no por fuera, por dentro. Nosotros también nos rompemos, pese a la creencia cada vez más añeja y olvidada de que debemos ser otra cosa, quizá, una roca.
Si de fútbol se trata, seguramente seamos quienes más lo hacemos, pero también la mujer es doliente. ¿Cómo no serlo si tu equipo es indolente? Si es indigno, ¿cómo no estar indignado? Puede que por eso sean las lágrimas. Sí, seguramente. Aunque miro a mi alrededor y aquella señora que preguntó ya no está. Y a mí me gustaría decirle que lloro por lo banal, pero porque así soy; porque así somos. Porque así es el fútbol.
Así de puñetero es, que a veces te metes horas de tren o de autobús entre pecho y espalda para seguir al Pucela, y él te corresponde como lo hizo en el Sánchez Pizjuán: avergonzando. Los paños calientes que los pongan otros; al pan, pan, y al vino, vino. Y no, Sevilla no es consuelo. ¿Acaso alguien es capaz de encontrarlo cuando a su equipo le meten seis?
Al descanso me giro y pienso cuándo fue la última vez que sentí tal bochorno. Navego por mi mente pensando en el año pasado, ese que nos invitaron a olvidar con la promesa de que íbamos a estar orgullosos. Por suerte funcionó; no lo de la promesa, sí lo del olvido. ¿Acaso vivimos algo así el curso pasado en algún partido? «Puede que en Miranda…», me digo.
Sigo buscando. Me encuentro como ahora, dado la vuelta, de espaldas al campo. Con miradas cómplices que sin embargo no se chocan con la mía. Me veo en el Bernabéu, aquel día en que el hasta Royston Drenthe marcó. Entonces éramos todos más jóvenes, yo quizá más pasional. Recuerdo gritar al lado de un amigo que solo dejó de tocar el bombo cuando llegó el siete a cero. Seguro que me prometí entonces que esto se acabó.
Pero no. Ni se acabó lo mío ni se acabó lo suyo. Aquí estamos, nueve años después, lejos de casa, otra vez indignos, otra vez indignados. Otra vez dolientes, otra vez dolidos. Ya lo dice mi madre; «cuando aprenderás…». Qué razón tiene. Cuándo aprenderé a no ilusionarme. Uno no se decepciona si directamente no cree. Y, después de todo, tampoco teníamos tanto en qué creer. ¿No?
Con el dos a cero pensé «qué mal hemos salido». Con el cuatro a cero solo quería despertarme en mi cama. No es Sevilla consuelo cuando te golea un filial (ya, ya; ya sé que son buenos, pero…). «Bueno, al menos De Tomás corre». Se suceden los goles, también dos nuestros, aunque no son motivo de festejo. «Vaya imbécil Gual, el gestito se lo podía haber ahorrado». «Menos mal que no ha añadido nada».
«Quizá el año que viene debería ahorrarme el carnet». Está claro que solo se decepcionan los que creen, los que sienten, pero es que yo no sé no sentir. Fútbol es fútbol, ya lo dijo el hombre aquel. «Que se jodan, yo les hacía volver andando, vaya Domingo de Resurrección me han dado». Y pienso en los símiles ‘semanasanteros’ que se podrían aplicar a la hora de escribir una crónica.
Y entonces, la pregunta de esa señora. ¿Que por qué lloro? Porque otra vez se esfuma el sueño de volver a ver al Real Valladolid en Primera.
* Dedicado a los desplazados a Sevilla, quienes seguramente, como aquellos que vieron el partido en el bar o desde casa, han dejado de creer (no es para menos). Dedicado, también a los que nunca dejan de querer. ¿Que por qué lloramos? Da igual por dentro que hacia afuera. Lloramos porque es lo que se le hace a lo que se quiere y duele.