Un Real Valladolid incapaz terminó claudicando ante el Huesca, gol de Ferreiro mediante, en un partido soso, aburrido y que terminó por convertirse en el fiel reflejo de la temporada

Cuenta el mito de la caverna de Platón la historia de unos hombres que, inmovilizados dentro de una cueva desde el primer momento en el que comenzaron a vivir, tan solo podían ver las sombras proyectadas en la pared de unos objetos que iban pasando por delante de la gruta. De esta manera, para ellos su única realidad era la de estas sombras, sin conocer que realmente estos correspondían a unos objetos completamente distintos a los que pensaban.
Pues bien, aplicado este mito a la actual situación de este Real Valladolid podría decirse que los blanquivioletas viven a día de hoy en su mundo paralelo de mediocridad, esa que le hace pensar que solo puede alcanzarse el play off de aquí a final de temporada… y casi ni eso. Los pucelanos, amarrados con cadenas en su cueva de triste realidad, son incapaces de dar una alegría a su afición, ni siquiera a sí mismos. Una triste derrota por 1-0 en Huesca deja más en entredicho que nunca a los de Paco Herrera, que van viendo como el ascenso sigue alejándose más y más semana tras semana.
Porque lo que firmó el Valladolid en El Alcoraz fue una auténtica oda al aburrimiento, a la dejación y a la incapacidad, a la ausencia total de testiculina. El arranque inicial con el que los vallisoletanos comenzaron el partido no fue más que un espejismo dentro de la caverna, una ilusión que se diluyó en pocos minutos como un azucarillo en un vaso de agua.
Ya lo había dejado claro el entrenador pacense durante la semana y no faltó a su palabra. Sobre el césped, el manido 4-4-2 que parece que no termina de funcionar, con Jose y Raúl de Tomás como puntas de lanza, flanqueados por Leao, Jordán, Sergio Marcos y Míchel. Podía funcionar, ¿por qué no? Pero fue un auténtico quiero y no puedo.
El Huesca se dedicó desde el primer momento a tocar y a esperar, a tocar y a esperar. Cojo de un valuarte como Vadillo, pichichi blaugrana y un dolor menos para la defensa blanquivioleta, los de Anquela optaron por entregarse a las entradas por la derecha de Akapo, quien sí se convirtió en una sombra que entraba como quería por la banda de Balbi, pese al mal estado en el que se encontraba el césped de El Alcoraz por las últimas lluvias.
No fue ese en todo caso el mayor problema de los de Paco Herrera, ni mucho menos. Según iban transcurriendo los minutos uno se iba dando cuenta de que este Pucela iba a mostrar una vez más su cara B, la de los hombres encerrados en la gruta sin capacidad de maniobra. Lo que cabe preguntarse a estas alturas de temporada es si realmente es cuestión de dejadez, de falta de estímulo, o simplemente esta plantilla no da para más.
¿Y las ocasiones de gol? No pregunte usted por ellas. El Huesca prefería dedicarse a no perder el equilibrio, mientras el Valladolid se entregaba completamente a las llegadas individuales que pudieran realizar De Tomás o Jose, quienes tampoco encontraron su sitio arriba. Ante la ausencia de Villar, la falta de chispa era más que evidente y el patadón se convirtió en un recurso demasiado utilizado.
Así fueron transcurriendo los minutos, con pases marrados sobre el césped y bostezos en las gradas, en un partido más táctico de lo que podría esperarse a priori. Pero sin resultados, claro. El Huesca canalizaba la poca vertiente ofensiva a través de un voluntarioso Samu Sáiz y del mencionado Akapo, pero el resultado era agua una y otra vez. Aquí se pudo ver pecisamente uno de los problemas más evidentes del Real Valladolid esta temporada; la nula capacidad de meter revoluciones al partido cuando hace falta.
Tras el paso por vestuarios la cosa no varió demasiado. Sergio Marcos tuvo que retirarse por lesión dejando su puesto a Ángel, sin demasiada implicación real en el devenir del encuentro. Pero el destino, sea merecido o inmerecido, le tenía una reservada al Pucela. El ritmo cansino dio paso a un Huesca que comenzó a crecerse poco a poco cuando vio que podía tutear a los que tenían enfrente, y a punto estuvo Guitián de dar el susto cuando derribó a Borja dentro del área… para que el árbitro mirara hacia otro lado. Sigan, sigan. Pero bien pudo haber lanzamiento desde los once metros.
Fue el principio del fin. Ni siquiera los cambios de Herrera sirvieron para nada, más que para embarullar el centro del campo. El Pucela llegaba poco y mal, no era capaz de realizar conexiones para plantarse en la frontal con suficientes hombres de ataque. Los blaugranas se multiplicaban en cuestión de segundos y la oportunidad, sin haber existido siquiera, se convertía en polvo.
Y cuando todo hacía indicar que el partido podía concluir con el resultado gafas, con el Valladolid resistiendo de aquella manera la insistencia oscense, cayó el jarro de agua fría, la sentencia. Kilian y David Ferreiro terminaron de volver loca a la defensa que, en el minuto 80, hincó la rodilla en el suelo. Un estratosférico misil del omnipresente Akapo rebotó en el palo de Pau Torres, quien poco pudo hacer cuando Ferreiro agarró el rechace para transformar el 1-0. Pim, pam. El fútbol a veces es sencillo, dolorosamente sencillo.
Desaparecidos prácticamente en ataque, ni siquiera la entrada de Villar sirvió para darle algo de vida al Real Valladolid, pues este es un equipo al que parece que le pone esto de agonizar. Llegó entonces el claro quiero y no puedo, el intentar volcarse a la desesperada, pero sin sentido ni rigor táctico alguno. No hay nada más frustrante que no tener la capacidad que se presupone que tienes, hasta que el árbitro dijo que hasta aquí habíamos llegado.
El nefasto resultado deja al Real Valladolid con los mismos 39 puntos que al comenzar la jornada, lógicamente, con la diferencia de que ahora el Huesca cuenta con los mismos puntos. Ergo, con el golaverage perdido, una posición menos, y a cuatro puntos de un play off que se aleja peligrosamente. Y por desgracia parece que este sufrimiento va para largo, con un todopoderoso Levante en el horizonte para la semana que viene. Bienvenidos a la caverna del aburrimiento.