Real Valladolid y el CD Tenerife empatan a nada en un mal partido de ambos, en el que, no obstante, los blanquivioletas tuvieron dos ocasiones claras al final
Pues no, al final no era cosa del dibujo. Después de debatir toda la semana sobre qué convenía más al Real Valladolid, acabó teniendo razón el entrenador de verdad, Paco Herrera, y no cuantos opinan sobre el tema (quien escribe incluido). Lejos de ser una alegría para el pacense, eso sí, ha de ser un motivo de preocupación, porque sus pupilos demostraron ante el CD Tenerife que la cosa no va bien.
El análisis del encuentro requiere una reflexión mayor que el típico «las más claras han sido nuestras», porque si bien ha sido así, la simpleza de la argumentación oculta que, otra vez, el juego no ha sido bueno y quita la mucha razón que tiene la afición cuando muestra su enfado porque su equipo fuera incapaz de ganar en casa por quinta vez en lo que va de curso.
Cierto que el rival no fue superior, pero la ‘teoría del casi’ se ha cumplido tantas veces que quizá la idea que acompaña a su confirmación debería empezar a ser que, por lo que sea, no alcanza. Porque otra vez no fue suficiente con alguna que otra buena intención; más bien al contrario, fueron tan pocas que es difícil defender una actuación como la pergeñada.
Incluso el Tenerife fue mejor en el arranque, en diez minutos que llegaron a asustar, dada la velocidad de ‘Choco’ Lozano y sobre todo de Amath. Sucede que, sin embargo, no dispusieron de ocasiones claras, en parte gracias al buen hacer defensivo de los locales, dicho sea de paso. Ni las tuvieron entonces ni después, porque poco a poco los de Pep Lluís Martí fueron reculando, aunque eso es harina de otro costal.
Una acción de Míchel a los once minutos pareció desperezar a los locales, pero nada más lejos. Los chicharreros fueron dominadores de la primera mitad sin que los vallisoletanos fueran otra cosa más que alguna buena progresión por dentro y una defensa solvente, pero que hacía temblar cada vez que los delanteros enemigo corrían al espacio.
Un tiro de Perdomo dio por concluida la primera parte cuando se llegó a su ecuador, puesto que de ahí y hasta el descanso lo único destacable que pasó fue una torpeza de Camille cuando podía haber dispuesto a su equipo en disposición de enfrentarse en superioridad –tres contra dos– a los defensores en un contragolpe. En una de esas progresiones, esta vez por izquierda, Jordán, Míchel y Villar se encontraron, pero el onubense se enredó y se fue al suelo como si en la grada hubiera un francotirador atinado.
Las imprecisiones fueron continuas en los dos bandos también después del descanso. Los primeros minutos de la reanudación fueron de gran pobreza, bien porque la tarde era desapacible e invitaba a la pereza, bien porque el césped está en ese momento del invierno en el que está así asá o bien porque simplemente no era el día (tampoco en esta ocasión…).
Los tímidos silbidos antes recibidos fueron bastante más atrevidos cuando Paco Herrera dio entrada a Sergio Marcos por Raúl de Tomás, bastante desaparecido y desatinado en un testarazo que tuvo al poco de empezar el segundo periodo. «No es para menos», podría pensar más de uno, teniendo en cuenta que volvía el dichoso rombo y que retirar a un atacante no parecía la mejor opción. Pero como los primeros minutos de Sergio Marcos parecieron contar otra cosa… luego, como siempre, lo que contaba resultó ser mentira.
A falta de menos de un cuarto de hora para el final, Villar fue ese que es cuando no y recibió una segunda amonestación que si bien generó dudas, por aquello de que ‘le expulsa’ el cuarto árbitro, trajo más mosqueo porque el equipo se quedaba con uno menos en el instante preciso en el que al Tenerife le entró bien el miedo o bien la vergüenza.
Y es que sumar la quinta portería a cero, ganar el golaveraje y dejar a tres puntos a un teórico rival por la promoción de ascenso a Primera parecía un botín suficiente como para taparse un poquito, que además chispeaba y a ver si nos va a coger el frío. De esta manera, ni con uno más el ‘Tete’ fue a por el encuentro; siguió agazapado, dejando cada vez menos metros entre su línea más alejada y su portero, imposibilitando también cualquier contragolpe en su favor.
En esto del fútbol pasa que al final, cuando regalas el balón y te pertrechas tanto, en ocasiones pierdes, o por lo menos terminas concediendo. Y así, el Tenerife concedió dos oportunidades claras que se encargó de desbaratar Dani Hernández, primero como respuesta a un gran disparo de Joan Jordán y luego para repeler y mandar a córner un testarazo de Álex Pérez que llevaba marchamo de gol.
Salvó un punto el venezolano, y sobre todo impidió que su exequipo le diera alcanzo en la tabla. Asimismo, permitió que la justicia imperara y que nadie ganaba, porque cuando se juega tan feo, e incluso tan mal, lo normal es no ganar. Porque, por duro que suene, y por más que a las dos defensas no se les pueda poner un pero, esto va de marcar, y cuando uno es tan triste y tan pobre, la sensación que queda es esa, no solo la de la anulación del rival.
Con todo, el empate se puede decir que es válido para los tinerfeños, dado que ellos generaron incluso menos y, de algún modo, les sirve para cumplir algunos objetivos que tampoco son menores. Al Real Valladolid no le vale de nada, salvo para una cosa: cierto es que el destino quizá le deba alguna por cuantas veces mereció no perder, pero no menos lo es que seguramente haber ganado habría ocultado que está bastante lejos de ser un candidato real al ascenso, siquiera mediante play-off.