El Real Valladolid cae por la mínima en Girona, en un campo en el que, aunque por poco, se volvió a ver inferior al rival

Cuando el balón botó, evitando el pie de Pau Torres, todo Valladolid se lamentó. «No es justo», ni con el cancerbero ni con el equipo, se decía la afición al ver que el Girona estaba a dos goles de distancia, cuando su Real Valladolid buscaba el empate con más bisoñez que ahínco. Seguramente tuviera razón, y así se vio después: a Real Valladolid y Girona les separó la escasa distancia que sobrevoló el cuero para salvar el contacto de la bota del portero. La suficiente para que los puntos fueran solamente para los segundos.
Tanto aquellos que vivieron incrédulos la acción relatada como los que no habrán percibido que esta crónica comienza de algún modo por el final, y es que debía hacerlo, porque nada marcó tanto el partido de Montilivi como la escasa fortuna de Pau Torres ante la cesión de Guitián. Ni siquiera se podrá achacar seguramente el tanto a un error técnico del guardameta o a un pase deficiente del central (aunque fue con dirección a portería: pecado capital). El fútbol, que es caos y es imprevisibilidad, obró ese feo artificio para que el conjunto local se cobrara su sexta victoria consecutiva ante su público y dejara al rival como estaba, incapaz de ganarle allí nunca.
Todo lo que pasó antes (y después) se reduce a eso, a que el Real Valladolid se encuentra a un mal bote de dos realidades. La primera, que los once puntos de desventaja con respecto a los de Pablo Machín posiblemente no reflejan la mayor cercanía entre los dos equipos, y la segunda, que seguramente esa acción desafortunada oculte que, aunque esté cerca, el Pucela es inferior al Girona, como así se vio sobre el tapiz.
El uno a cero que reflejaba el marcador al término de la primera mitad fue el reflejo de ello. Después de un inicio más tímido que prometedor, aunque en todo caso competitivo, los blanquivioletas se fueron viendo a merced de los catalanes, que no avasallaban, pero sí eran mejores en todas las fases del juego. Sin balón, se defendían sin pasar apuros. Con él, eran capaces de crear peligro por el flanco izquierdo que defendía Balbi, principalmente.
Aunque Álex López y Míchel ayudasen más que en otras ocasiones, aquel fue el lado débil, por el que el Girona desbordó en varias ocasiones. Sin ir más lejos, la del gol, de Sebastián Coris, que superó a Álex López en un brillante fuera-dentro que culminó con un golpeo fuerte y certero a la cepa del poste contrario, lejos del alcance de Pau, cerca de la media hora de juego.
Aunque por ahí pudo llegar algún tanto más, debido a que Álex Pérez tampoco tuvo su mejor día. El propio Coris y Borja García estuvieron cerca de fabricar el dos a cero en una bonita jugada a la que no llegó Aday en el segundo palo al filo del descanso. ¿Y el Valladolid? De nuevo, y como en otras salidas, apocado. El tempranero intento de Míchel fue su única producción ofensiva, mal que le pese a Mata, el único que aparecía, aunque fuera por lo que molestó a la zaga.
Había advertido Paco Herrera de que su equipo iba a ser fiel a sí mismo y, para bien o para mal, no falló. Sus buenas intenciones se quedaron en solamente eso y, con el paso del tiempo, lo del Girona con él se asemejó a esas exhibiciones de las estrellas en las que juegan con niños y hacen como que se dejan, pero luego no. El uno a cero fue como un «not in my house» posterior (y, por su parte, previo también) al jijijaja.
De esa sensación se pasó a otra mejor para los intereses de los blanquivioletas, la de mejoría y búsqueda del empate. Así, un envío en largo acabó recepcionado por un defensa, pero Mata la peleó y disparó duro abajo, pero apareció René para impedir la igualada. Herrera metió a Ángel por Balbi como si quisiera decir que él sí creía, aunque el canterano luego no luciera.
La voluntad sin tino de Álex López también desapareció del campo en pos de más minutos para Sergio Marcos, quien sigue siendo solamente buena voluntad, en su caso, sin incidencia… o sí, porque se debiera a lo que se debiera, a partir de su entrada Joan Jordán y Míchel aparecieron más. Tal es así que un buen servicio desde la derecha del catalán golpeó en Raúl de Tomás, más que golpear este el balón, en otra jugada con marchamo de gol.
Y entonces, llegó el despropósito, muy a pesar de todos. Llámese mala suerte o como se llame, el dos a cero pareció echar por tierra el ánimo de un Real Valladolid que cerca estuvo de encajar el tercero, con una pobre salida de su cancerbero que evitó Portu y que Guitián sacó bajo palos.
En un chispazo, como sin querer, Raúl de Tomás acortó distancias en un uno contra uno ante René que dio pie a más lamentos –«lástima de gol…»– y a un arreón final que en el fondo no fue tal, ya que no hubo ninguna ocasión que llevarse a la boca y que pudiera suponer un empate que muchos habrían visto como merecido, quizá no sin algo de razón, aunque sucede que el Pucela, si es pimiento, no es de Padrón (unos pican, outros non), porque casi nunca ‘pica’, al menos fuera de casa o por lo menos a domicilio.
Y ese, por encima de aquel bote puñetero o de la postrera derrota en la que derivó, es el mal mayor del Real Valladolid: que fuera de casa no pica; le falta empaque, y eso es algo que el infortunio no debe ocultar, como tampoco se debe obviar, por ello, que el Girona fue, si no mejor, al menos sí más equipo durante buena parte del choque.