José y Juan Villar se reivindicaron en un partido desordenado ante una afición que acabó entregada al Real Valladolid
Hacía frío. Pero no un frío cualquiera. Se te metía dentro como una canción que te aprendes sin darte cuenta. No había viento, pero sí una lluvia fina que iba y venía con la única intención de molestar. Zorrilla presentaba un aspecto gélido. Recuerdo sentarme en mi localidad y encogerme intentando que el frío no me atrapase. Jugaba al escondite con él. Solo me levanté cuando Álvaro Rubio saltó al césped a recibir un homenaje tan merecido como atropellado. No sabe cuidar el Real Valladolid este tipo de detalles. Menos mal que los ocho mil que nos dábamos cita en el estadio respondimos con sincera ovación para arropar a uno de los mejores futbolistas de la historia del club.
El partido empezó con un gol de Manucho. La ‘Ley del ex’ nunca falla. Es la Jason Statham del fútbol. Sin embargo, el Rayo Vallecano no supo aprovechar la circunstancia. Mi amigo Jesús Zalama comentó en Twitter que no le había disgustado el cuadro de Rubén Baraja. Ahí empezó la típica discusión que uno acaba cuando cree tener la razón sin que nadie se la dé. En ese caso, yo tenía razón.
Para mí el Rayo fue un equipo improvisado, horrible físicamente y con el único argumento de darle el balón a los de arriba y que estos inventen algo como si estuvieran en un casting de ‘Got Talent’. Lo malo es que llegaban pocos balones a la delantera y el que los recibía era Manucho, que es lo mismo que ir a por pan a la ferretería.
Poco a poco el Rayo fue naufragando en su botella de ron. El Valladolid se vino arriba sin necesidad de mejorar su juego. Míchel gobernó con maestría y Jordán lo acompañó en el piano tocando melodías pausadas que acabaron seduciendo al personal. Fue un Pucela algo desordenado y sin alardes, pero suficiente. Suficiente porque el rival se quedó sin fuerzas en la última media hora y lo pagó caro.
Correr hacia atrás se convirtió en un ejercicio de supervivencia que no todos estaban dispuestos a realizar. Notó Baraja la asfixia colectiva y agotó los tres cambios a falta de casi veinte minutos para el final. Cómo estará el equipo físicamente para que su entrenador no se atreva a guardarse sustituciones con las que perder tiempo. Javi Guerra fue uno de los que entró y se llevó la ovación que mereció mucho antes.
Con el Rayo pidiendo la hora y Paco Herrera meditando sustituir a José, el Valladolid tocó arrebato y a Míchel se le encendieron todas las luces sobre la alfombra roja que él mismo dibujo para diseñar la remontada. El propio José marcó el primero y Juan Villar se animó instantes después con el segundo. Reaccionó la grada festejando una remontada años después y animando al Pucela como si fuera el partido que decidía todo. En el descuento, Pau Torres se tiró a por una bomba en el área pequeña y Zorrilla se libró de la explosión. 2-1 final y tres puntos que saben a gloria.
Cinco victorias en los últimos siete partidos demuestran que el camino es el correcto y que este Real Valladolid quiere y puede. El domingo toca ir a Girona. Quién sabe si la cuesta de enero se prolonga unos días más…