El Real Valladolid dominó y doblegó a un Reus que llegaba con la vitola de ser más peligroso de lo que luego resultó

No fue tan fiero el Reus Deportiu como lo pintaban. Si bien es cierto que comenzó su choque ante el Real Valladolid con brío, generando una oportunidad de peligro a balón parado y embarrando la posesión blanquivioleta, con el paso de los minutos se fue viendo a merced del rival hasta hincar la rodilla en el minuto ochenta.
El fútbol plano de la primera mitad se debió a que la propuesta de los catalanes surtía efecto: juegan a eso, a impedir que el rival la juegue y se sienta cómodo. Se plantan en un bloque medio que impide que los jugadores de tres cuartos encuentren espacios y se asocien, por lo menos con acierto. Así sucedió, y los blanquivioletas, aunque fueron acumulando cada vez más posesión, no llegaron a fluir como hubieran querido, aunque tampoco sufrieran. La paciencia, santa virtud, la mayor que posee el ser humano (y seguramente en general el reino animal) era mucha. Las ocasiones, pocas; casi ninguna.
Jaime Mata marró ante Badía la más clara de ese primer periodo, en el que se vio el guión de lo que sería el partido. Los de Nacho González aguardaban el error amenazando, más que presionando, con ese repliegue medio y con dos delanteros asimétricos que entorpecían la salida de los vallisoletanos, torpe de por sí debido a que los laterales estaban a una altura excesiva y Leão nunca acabó de incrustarse entre ellos, dificultando así la superioridad en la fase primera del juego.
A cambio, eso sí, los laterales tuvieron mucha presencia en campo rival, prodigándose en los centros. Sucedió de esta manera desde el comienzo, aunque la mejor prueba es el robo en el centro del campo con progresión interior de Balbi que concluye en la frontal del área del Reus y, un par de minutos después, en el 65′, la clara ocasión de Moyano después de una acción combinativa en la que casi hace el uno a cero como fruto de una jugada ‘de posición’ hilvanada en el otro lado.
Ya fuera por el correr del reloj, la fatiga mental y física que produce perseguir el balón y al rival en todo momento o las propias intenciones, poco a poco los primeros defensores del Reus se instalaron en campo propio, permitiendo a Álex Pérez y a Guitián una mayor calma y que el cuero llegara en mejores condiciones a Jordán y a Míchel, encargados de llevar el peso en las fases de creación y generación, respectivamente.
Y aunque habrá quien piense que para llegar más y mejor el Real Valladolid cambió, en realidad no fue así, ya que acostumbra a querer o intentar ser vertical en campo rival, donde, más que progresar, pretende transitar, sabedor de que Míchel, José, Villar y el punta de turno se sienten más cómodos haciendo esto; de que son mejores si la línea la rompe un pase que si son ellos quienes deben ‘batirla’.
De esta forma, sin hacer el partido del siglo, los de Paco Herrera consiguieron generar varias situaciones propiciatorias que Jaime Mata acabó fallando y que, de haber estado atinado el madrileño, habrían permitido que el resultado fuera de tres o cuatro a cero. Sin embargo, dado el citado fallo de Moyano y sus errores en el mano a mano, el choque terminó con una cierta sensación de agobio (más que de ahogo).
Antes, Raúl de Tomás había marcado en una acción a balón parado, hizo proferir a su (poca) hinchada el grito sagrado y que su técnico sonriera: el resultado permitirá que esta noche el pacense emule a Anibal, el jefe del Equipo A, y se fume un puro al tiempo que afirma «me gusta que los planes salgan bien». Porque así pasó. Aunque afinar la puntería sigue siendo un asunto pendiente.