Varios errores defensivos blanquivioletas proporcionan las alas suficientes para que el Getafe vuele y el Pucela vuelva a dudar

El Real Valladolid y Bordalás no mantienen una relación, digámoslo, estrecha. La tensión que nació tras la eliminatoria de promoción de ascenso a Primera, cuando el técnico del Getafe dirigía al Elche, ha quedado grabada en el recuerdo de los blanquivioletas.
El extécnico alicantino sabe jugarle a los pucelanos. Sabe, también, sacar el máximo de las plantillas que encabeza en Segunda. Las hace competir, creer en sí mismas. Las expone al máximo, al impacto, a la línea roja entre la dureza de una entrada y la expulsión. Les enseña, también, a ser compactas. A no deshilvanarse cuando no tienen el balón y deben correr tras él.
Inculcarles el movimiento sobre el borde del acantilado también lleva consigo acercarse a la máxima eficacia. El Getafe lució así para derrotar al Real Valladolid. Aprovechó varios (de nuevo resurgen los problemas para defender acciones laterales) muy notables del bloque defensivo pucelano para abrir una brecha que no existía hasta el primer gol.
No existía porque el Pucela estaba sabiendo leer el partido en el plano táctico: sin brillos ni excelencias. Sin un despliegue en la transición defensa-ataque reseñable. Sin amplitud de juego para generar pasillos interiores bien ocupados por el sistema defensivo azulón. Y, sin embargo, con la capacidad para no dejarse descarrilar por el planteamiento de desquiciante asfixia que suele aplicar Bordalás. Que no es poco.
Es decir, el Pucela, con muchos defectos ante los madrileños, no pecó precisamente de negligente en el análisis del encuentro. Pero cuando se choca con una escuadra que aprovecha la mínima posibilidad de gol, el mínimo desajuste defensivo (suficientes para que el Valladolid mereciera perder), el margen de reacción es ínfimo.
Herrera volvió a dar los galones de la creación a Míchel, en detrimento de un López que volvió a ver todo el encuentro desde el banquillo. Escoltado por Jordán y André Leão, el mediapunta fue de más a menos, al igual que el rendimiento global del equipo. Las asociaciones interiores fueron escasas, así como las combinaciones con los jugadores exteriores. Tan sólo Mata, fajador desde el centro de la delantera, gozó de más actividad ofensiva.
En el segundo periodo, en especial tras un buen inicio del Getafe y sus dos goles en los primeros 15’, el técnico pucelano trató de variar lo que estaba viendo. Introdujo a Raúl de Tomás y Ángel por Mata y José. nuevo, buscando una movilidad distinta en el frente de ataque y equilibrio en la banda izquierda, donde el azulón Álvaro cobraba protagonismo con balón.
Asimismo, el pacense optó por Sergio Marcos por Balbi, retrasando así a Ángel al lateral izquierdo y aportando una figura de más tenencia de pelota y juego entre líneas.
El tanto de Villar pareció dar vida al Valladolid. Pero, metáfora de lo que es el conjunto castellano en estos últimos años, al minuto se esfumó. Molina cerró el partido tras aprovechar un error de Leão y dejó a los blanquivioletas con la interrogación flameando en el aire.