André Leão, Jordán y Míchel reinaron en la medular, donde impusieron su fútbol ante un Mirandés desaparecido
Paco Herrera tuvo la oportunidad de contar con todos sus hombres de ataque y, por ello, no dudó en apostar por un 1-4-3-3 en el que Villar, Mata y José se repartieron los cuatro primeros goles. Pero la verdadera clave estuvo en el centro del campo, ya que el Real Valladolid no sufrió nada.
Anuló a su rival y disfrutó con el balón. Ahí ganaron mucho protagonismo –todo el posible– los tres centrocampistas. André Leão hizo de pivote y se incrustó entre los centrales para sacar el balón. Cuando él se metía ahí, los laterales subían y la formación pasaba a ser una especie de 1-3-4-3.
Moyano y Balbi cumplieron en defensa, pero en cuanto el equipo recuperaba el balón corrían banda arriba para atacar con más superioridad. Esa fue otra de las claves, ya que el lateral derecho asistió en los dos primeros goles vallisoletanos.
Con el balón de blanquivioleta, Jordán y Míchel se aliaron para hacer travesuras. Sobre todo el segundo, que trabajó a un alto nivel en una zona más adelantada, como de enganche con la línea posterior. O llevaban ellos la pelota al área, o abrían a las bandas para que los laterales la metieran.
Todo pasó por el centro del campo, porque ahí fue donde ahogó el Pucela al Mirandés. Le dejó sin oxígeno para generar y crear peligro en la meta de Isaac Becerra. De hecho, en las acciones que más miedo metió llegaron de balones parados. Estuvo muy serio el conjunto blanquivioleta en todos los aspectos y demostró ser un equipo, en el más estricto sentido de la palabra.
Además, en defensa basculaban de un lado a otro, como si en frente tuvieran al rival haciendo portero-jugador en un campo de fútbol sala. Si el esférico iba a su izquierda, Míchel o Jordán iban hacia ese lado en primera línea y Leão en segunda, mientras que el otro completaba el triángulo desde el medio.
Porque el triángulo estuvo presente hasta que Paco Herrera sustituyó a Míchel. Los tres se apoyaron entre ellos y lo hicieron con sus compañeros para dar salida al juego. Cuando la jugada iba a empezar, siempre estaba uno del trío libre para recibir y avanzar metros hacia el área rival. Un derroche de solidaridad y esfuerzo que encontró el premio con la efectividad en la contundente victoria.