El Real Valladolid endosa al RCD Mallorca una goleada de mentira, en un encuentro en el que no brilló, pero en el que en esta ocasión aprovechó sus oportunidades
Seguramente haya estudios de alguna universidad estadounidense en los que se habla del índice de rupturas cuando el buen tiempo llega. Y si no los hay, debería haberlos también sobre cuánta gente quiere que le quieran sobre todo durante el invierno, que es cuando llega el frío. Y es que no hay nada comparable con el calor del pecho humano, con ese manido «sofá, mantita y peli». A quién no le ha pasado alguna vez, que ha llegado a perdonar alguna mentira piadosa solo porque es mejor cobijarse bajo la manta junto a otra persona.
A quién no le pasa que es capaz de perdonar la mentira del Real Valladolid en Mallorca, solo porque ya es diciembre y los resultados, con el equipo instalado en la mitad baja de la tabla, a veces incluso demasiado abajo, apremiaban. Aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra. ¿No recuerda acaso el triunfo ante los bermellones a aquella canción de Sin Bandera?
«Mientes tan bien que me sabe a verdad todo lo que me das», recitaban los mexicanos, y qué razón. A veces pasa, que queremos tanto a quien tenemos al lado que incluso nos es dulce el engaño. Por eso, para entorno y afición los tres puntos serán razón suficiente como para dar por bueno el encuentro disputado en el Iberostar Estadio. Aunque no se debiera pasar por alto que la verdad debe ser otra.
Pasa también que a veces lo mejor es enemigo de lo bueno. Y si bien siendo resultadistas el juego puede ser dado por válido, lo cierto es que no fue ni mucho menos excelso. Porque aunque fue efectivo hasta el extremo, el conjunto de Paco Herrera se pareció a lo que se promulgaba en los albores lo que un huevo a una castaña. No es solo que se acelerara el proceso creativo: es que además se cedió el balón como si no hubiera futbolistas para poseerlo y llevarlo rápido arriba.
Ya en los inicios José advirtió que sería importante, con varias galopadas interesantes que amenazaron la puerta de Santamaría, aunque no llevaran marchamo de gol. A la postre, lo sería hasta el punto de que por momentos pareció el clavo ardiendo al que agarrarse, porque todo lo que pasaba le tenía fin. Suerte que justificó los medios con su gol…
La primera parte fue irregular, rara; de altibajos. Lo mismo tenía el balón un centro del campo inerme ante la intensidad del rival que era este quien dominaba el cuero, aun sin poner en grandes apuros a Isaac Becerra. Si acaso el mayor peligro lo llevó el Mallorca por mediación de Lekic, que no mostró el punto de mira afinado y tampoco es que asustase tanto.
Como en el primer periodo, en la reanudación José salió incisivo, aunque luego la gasolina le durara más bien poco (no hay que olvidar que se pasó la semana entre algodones). De una buena triangulación a la contra entre Villar y Joan Jordán llegó el cero a uno, obra del talaverano, en el minuto 47. Lejos de servir para que el guión cambiara y el Pucela dominara, empero, el tanto acrecentó la necesidad de balón de los baleares e hizo creer a los vallisoletanos que tenerlo para nada es tontería.
Siendo honestos, hasta el cero a dos no pasó mucho, a lo sumo, el tiempo y otra ocasión de Lekic, que se revolvió bien en la frontal del área y tiró alto a la derecha de Becerra. Aunque sin sufrir, daba la sensación de que en cualquier despiste, en cualquier tontería, en cualquier chispazo, por el solo hecho de tener el balón y de haber dado entrada al hiperactivo Lago Junior, el Mallorca podía empatar.
Pero entonces Javi Moyano cambió la orientación del juego y Álex López, muy poco participativo, hizo un gol de delantero. La recogió en el pico izquierdo del área y el defensor le compró el recorte, se la acomodó y fuerte, raso, con la derecha, disparó a la jaula e hizo respirar a los suyos en su último servicio, porque a continuación fue sustituido.
Hay un dicho en Galicia, tierra de ‘O Capo’ y que Paco Herrera conoce, que reza que «quen ten cú ten medo» (quien tiene culo tiene miedo). Y el míster, con sus cambios, demostró que la espalda a él le termina donde a todos. Si a su fetiche lo sustituyó por Lichnovsky, antes había cambiado a Juan Villar por Markel, en una suerte de doble lateral que Gregorio Manzano inventó precisamente en Mallorca, donde su paisano Moyano y el nombrado Markel recordaron los tiempos de Scaloni y Varela.
Dejando al margen las reservas del pacense, a Lago Junior hay que reconocerle el que fuera capaz de agitar el ánimo mallorquín e inquietar siquiera tímidamente el vallisoletano. Otra cosa es que acertara en algo de tanto que probó, que no fue así. Con todo, un gol volvía a meter a su equipo en el partido, por lo que no cabía descuidarse; si se podía, había que ‘matar’.
Y sorprendentemente se hizo. En la misma zona donde recepcionó Álex López Míchel recibió un balón de Raúl de Tomás –que había entrado por un agotado José y anduvo torpón– y, con la misma maestría que el ferrolano, marcó el tercero que, ya sí, daba al traste con cualquier opción que creyera el Mallorca que tenía de sacar algo positivo.
A la vez, confirmó un triunfo de mentira que ni aunque se repita cien veces será verdad: el Real Valladolid no jugó bien en Mallorca; tuvo más acierto y nada más… y nada menos, porque venía adoleciendo de tino de cara a puerta. Mal haría, dicho sea de paso, en tomar como el ejemplo de lo que debe hacer esta actuación, puesto que las mentiras mentiras son, por más que en ocasiones sepan bien.
Aunque el partido no fue bueno, fue el mejor desde el punto de vista del resultado, como acredita el hecho de que fue la victoria más contundente de lo que va de temporada. No obstante, más que de efectiva, esta versión del Pucela dio imagen de ser ‘beta’, en fase de pruebas, y por tanto, un tanto inconsistente. Tanto si el modelo se repite como si en adelante quiere jugar a otra cosa (otra cosa = algo), cabe seguir esperando que sea otra la sensación. Y si no, por lo menos, como en Mallorca, por lo menos que la pobre sirva para ganar.