Un Real Valladolid desubicado perdió el orden necesario para controlar el partido, y, pese a los cambios tras el descanso, no arregló lo que dilapidó en el primer tiempo

El Real Valladolid es de esos equipos dados a recordarte que tú, su fan, no deberías excederte en ilusiones; y que, a fin de conservar tu salud el máximo tiempo posible, deberías dirigirte a él de perfil: con cuidado para no rasgarte al atravesar la puerta de su territorio, de donde, por cierto, ya no podrás salir como entraste.
El conjunto de Paco Herrera había encadenado cinco derrotas, matizadas en la forma pero derrotas, que no despertaron sentimientos de preocupación o desconfianza en una afición dispuesta a entregarse.
Después de la crisis, unió varios partidos de un fútbol cada vez más perfeccionado, hilado por una armonía recuperada como el funk para las radios musicales generalistas. Tuvo que volver a la primera parada del invierno, donde comenzó a sembrar, como la primera vez, las semillas de una decepción conocida, inevitable.
El Numancia fue superior, con poco pero suficiente, todo el primer tiempo. Tal vez, la peor mitad del Real Valladolid en lo que va de temporada, a la par que la perpetrada en Lugo. La falta de equilibrio definió la inferioridad con la que los pucelanos se enfrentaron a un equipo acelerado en las bandas y sofisticado por Julio Álvarez en la mediapunta.
Los sorianos sabían que las grietas de donde manan las fragilidades blanquivioletas se encuentran en el balón parado y en las acciones con centros laterales. Por eso, ejecutaron numerosos ataques de esta naturaleza, mientras encontraban la fórmula para provocar las faltas de un equipo, por lo general, «limpio» en esta faceta.
El Pucela tenía en Salvador la encarnación del conjunto exacerbado por sus propios errores y el acierto rival. Herrera había elegido al imprevisible y veloz delantero para acompañar a Mata en el ataque, manteniendo los cuatro centrocampistas clásicos (con la vuelta de Leão) y sus cuatro defensores. ¿Cómo llego el desequilibrio si la columna vertebral se asemejaba a la que ya había obrado buen fútbol y puntos?
El Real Valladolid no supo defender a los jugadores abiertos del CD Numancia. Los hermanos Valcarce, especialmente Pablo, el lateral Medina y Julio Álvarez insistieron en maniobrar por los costados para alcanzar tres cuartos y hurgar en la descoordinación defensiva pucelana. Los retornos de los puntas, así como el apoyo de los interiores (pobre actuación de Jordán) fue menor que en anteriores citas. En especial, los numantinos percutieron por el flanco de Balbi, demasiado solo para hacer todo el trabajo.
El gol de Valcarce, además, llegó tras una diagonal fuera-dentro desde la banda del argentino. Sin oposición, tras un «auto-aclarado» de la zaga visitante, batió a Becerra como respuesta lógica a lo que estaba sucediendo: el Pucela no tenía presencia en campo rival ni orden para elaborar jugada desde el propio.
Sustituciones obligadas, otra imagen
La vergonzosa actitud de Salvador en el primer periodo lo precipitó al banquillo tras el descanso. En su lugar, Herrera optó por reforzar la banda por donde brotaban la mayoría de ataques numantinos: la izquierda. Así, Ángel tomó, eventualmente, la posición de Salvador, apenas doce minutos antes de que diera otro cambio de rumbo con la entrada de Raúl de Tomas por Jordán.
Con estas modificaciones en el dibujo (sumadas a la salida por lesión de Rafa, por Guitián), Ángel pasó a jugar en posiciones de interior zurdo, y el Valladolid formaba con un ‘doble 9’ sobre el que hizo girar su planteamiento ofensivo.
En dos minutos sobre el campo, De Tomás transformó la igualada e inauguró el único periodo salvable del duelo: aprendió a explotar los espacios de un Numancia apostado a tener la iniciativa con pelota.
Los blanquivioletas, que habían desgastado la batalla por el centro del campo, se volcaron en jugar con rapidez hacia sus delanteros. De esta forma, tuvieron en su mano la remontada, como reflejó la oportunidad de Mata, desbaratada por Aitor Fernández.
Sin que la imagen del Valladolid fuera buena, había conseguido equilibrar el partido, disminuir la claridad con la que el Numancia alcanzaba la zona de aceleración, e irradiar una sensación de peligro hasta el momento desconocida. Si no le superaba con pelota (aunque también mejoró en este campo), tenía que hacerlo sin ella.
Lo que ocurrió es que la llamada maldición del ex, que suele parecer más feliz después de dejarte (o de que le dejes), volvió a posar su mano sobre el destino. Manu del Moral, al borde del final, aprovechó otro error defensivo para darle, al Valladolid, la segunda derrota seguida. Parece urgente que el equipo pucelano dé pronto con una vacuna contra los ex; y, también, con otra que le disuada de caer en el vicio de perder.