Isaac Becerra lleva semanas ofreciendo un nivel gris tras un brillante arranque de temporada

Una tarde, de repente, le asaltó la duda, esa compañera de viaje que nunca avisa antes de sentarse a tu lado. Se presentó estrechando la mano bajo una lluvia intensa y un viento huracanado. Sonrió. Él, ignorando la identidad de la recién llegada, asintió. Y todo cambió. Isaac Becerra mostró su debilidad y la duda lo aprovechó para abrazarlo como se abraza en Navidad, con más intensidad que verdad. Al principio fueron pequeños pasos, casi imperceptibles, pero poco a poco el caminar por el alambre se tornó en algo habitual. El mejor portero de Segunda División había desnudado sus carencias sin esperar a la segunda cita.
El Pucela lleva varias semanas gestionando con miedo la inseguridad que ofrece Becerra en los centros laterales. Los apabullantes reflejos dieron paso a una inexplicable cadena de temerosas salidas con puño en alto como si fuera una reivindicación política en lugar de una acción futbolística. Cada vez que sale del área pequeña, las alas del guardián se cortan dejando caer las plumas sobre el verde pasto. Y ahí, en ese momento, el pasado desaparece y la duda, esa a la que un día estrechó la mano, le coge el brazo entero. Y lo atenaza.
Becerra muestra debilidades que ninguno intuíamos. Es Ironman con chaqueta de pana y andares pesados. Sigue siendo un portero monumental, pero está nervioso, intranquilo, consciente de que no es el que fue pese a que se grita a sí mismo que hay que volver. Sufre en los centros, le meten goles que otrora no entraban y hasta sus voces suenan tibias, apagadas.
Quizá sea el momento de que Paco Herrera tome una decisión, una de esas que un entrenador nunca quiere tomar. Becerra es su portero y es el mejor, pero también es humano y necesita reiniciarse. Es mejor darle descanso uno o dos partidos que mantenerlo hasta que recupere el tono perdido. Recuperar es un verbo que esconde demasiadas puertas y muy pocas llaves. En fútbol, de hecho, casi ninguna.
En Soria, ante el Numancia, el Real Valladolid debe volver a ganar para olvidar el mal trago que supuso el ron añejo sin coca-cola que le sirvieron en el Martínez Valero. Si la casa se construye desde los cimientos, Paco Herrera debe apostar por una agitación en la portería. Que salga Becerra, pero sólo para recordarse, echarse de menos y volver, dentro de un par de encuentros, a mirarle a los ojos a la duda y despejarla de una bofetada.