El Real Valladolid ganó un partido en el que supo sufrir y adaptarse a un escenario al que no está acostumbrado
Ocurrió bajo la lluvia, como las mejores escenas de ‘Peaky Blinders’ –salvando la antológica charla de Thomas Shelby y Alfie Solomons en el cierre de la inolvidable tercera temporada–. El césped escupía cada balón con desprecio y los paraguas se multiplicaban ante la caída incesante de agua. El Pucela se encontró, de repente, con un rival de tronío y un paisaje épico bajo el que se dibujan las gestas más bonitas, pero también los desenlaces más tristes. El sábado tocó lo primero. Mil partidos en uno mismo para acabar elevando a un equipo en claro ascenso, esa palabra con la que sueña una ciudad necesitada de alegrías que vayan más allá de la apertura de un Kentucky Fried Chicken en Vallsur.
El Sevilla Atlético fue descarado, incisivo y vertical. Jugó sin complejos y eso puso a prueba a un Real Valladolid acostumbrado a poner pausa en Zorrilla. Le costó a los hombres de Paco Herrera, especialmente porque el filial nervionense supo mezclar buen juego y ese otro fútbol cargado de pérdidas de tiempo, entradas fuera de lugar y tono, con cierto aroma sibilino que acabó envolviendo a un árbitro incapaz de dominar el encuentro.
Pese a todo, Joan Jordán no se dejó amedrentar y supo que su hora había llegado. Se sintió como Mike Ross cuando Harvey Specter le dice con la mirada que le toca dar un paso hacia delante y ser el mejor. Jordán lo fue. Maquilló las carencias de un discreto Álex López –si alguien se puede permitir una mala tarde es él– y se echó al equipo a la espalda con naturalidad. Empezó como interior, pero creció siendo todocampista. El ex del Espanyol mostró una madurez impropia de un futbolista que todavía no había salido por la puerta grande.
Jordán firmó el típico partido que los cracks acaban cerrando con un gol de altura. Su tanto –el segundo y definitivo del equipo– fue gritado con rabia por él, por sus compañeros, por una afición entregada y hasta por Paco Herrera. El técnico ha conseguido ser uno más. Le ven como jefe, claro, pero también como aliado. Se fundió Valladolid entera en un abrazo en el área técnica blanquivioleta. Una de esas imágenes que valen más que mil palabras. Fue, como dije al principio, bajo la lluvia, con Tim Burton imaginando una película extraña juntando los ingredientes que se daban cita en el santuario pucelano.
El Real Valladolid se adaptó al otro fútbol y lo mandó a dormir a base de empuje y sentido común. El Sevilla Atlético fue asombroso, pero pecó de juventud e inexperiencia como buen filial. Creyó tenerlo todo cuando, en realidad, no tenía nada. Lo hizo bien el Pucela enseñando para luego esconder. Sentí, desde mi asiento del estadio, que el equipo había sabido adaptarse a un durísimo partido que exigía mucho más que jugar fluido y bonito. El otro fútbol salió cara. Que siga la racha.