El Real Valladolid exhibe solvencia y diversidad sobre su rombo de los mediocentros, que le erigen en un candidato a luchar por las cotas a las que ya se acerca

El Real Valladolid se ha doctorado. En un evento animado por cerca de 8.000 asistentes, y pasado por agua, los integrantes de la plantilla blanquivioleta recibieron los diplomas acreditativos después de demostrar su candidatura «a todo lo que quieran». Con rostros visiblemente felices, fueron subiendo a un estrado de color verde y ‘ligeramente’ resbaladizo, donde un grupo de profesores liderados por Paco Herrera hizo entrega de tan estimado reconocimiento.
Este primer párrafo escrito con ánimo de emular a los tiernos y necesarios diarios de información local esconde una realidad: el Real Valladolid sigue evolucionando con base en un sistema 4-4-2 en rombo al cual le aporta matices para adaptarse a las necesidades, del rival y del contexto. Y para adaptarse a su mismo progreso, que no se paraliza, sino que se enriquece por cada uno de sus cuatro vértices y sus muchos ángulos.
Ante el Sevilla Atlético, un equipo trabajado como pocos, el más serio al que se ha enfrentado el Pucela en el Nuevo José Zorrilla, los locales desplegaron sus muchas variantes en el juego para controlarlo y merecer el botín logrado. Desde el balón o sin él. Como muestra fehaciente de ello está la forma en la que llegaron los dos goles en el segundo tiempo. Tras dos maniobras de juego directo, en especial el tanto de Jordán tras romper la segunda línea y aparecer en la frontal.
Desde el primer momento, el Real Valladolid saltó al campo para «saltar» a por su rival. Es decir, instaló una presión alta en 4-3-3 sin balón, con Raúl de Tomás en la izquierda, Míchel como presionante en la salida en estático del Sevilla, y Villar en la línea de cal derecha. La intensidad para recuperar la pelota tenía un sentido: el filial andaluz atesora un criterio importante con ella; y sin ésta, demuestra sabiduría posicional, como sucedió en Zorrilla.
Los sevillistas supieron, en algunas acciones, rebasar la presión pucelana y avanzar por los costados, gracias a la proyección de sus laterales, Matos y Carmona. Aunque visitaran el balcón del área de Becerra sin peligro, lo visitaban. No tenían demasiadas dificultades para arañar profundidad a los pucelanos, máxime tras el flanco defendido por un Balbi a bastante altura (afortunadamente para el Pucela, por fin un integrante más para el ataque).
En el Valladolid, el Herrera trazó dos matices en el rombo de los mediocentros (apreciable partido, también, de Guitián). Y lo hizo precisamente en su ataque. Tanto Raúl de Tomás como Juan Villar partían desde posiciones muy abiertas, más que en otros partidos donde flotaban cercanos y Míchel más escalonado. ¿Un movimiento para responder a las situaciones sin balón? ¿O para someter a los prometedores laterales del Sevilla, abriendo campo para crear también por dentro?
El Pucela con balón generó un fútbol agradable, engalanado de un acierto técnico muy destacado en el pase. Y sin balón no disminuyó el esfuerzo en la presión hasta avanzado el segundo tiempo, cuando Míchel, después de un buen trabajo en aquella parcela, comenzó a sentir el peso de los minutos.
Los futbolistas de la plantilla vallisoletana terminaron el acto agradeciendo a los asistentes la paciencia que ha entrañado todo este tiempo de sinsabores y de una intriga desesperada por no saber qué sería de su equipo. Ahora, doctorados, y ya miembros del “otro lado”, tienen la misión de continuar afinando su sistema y desarrollar, como vienen haciendo, sus múltiples cualidades.