El José Zorrilla se rindió al Real Valladolid pese a no lograr la tercera victoria consecutiva en liga

El fútbol es, en ocasiones, como una película de Cristopher Nolan: extraño, caprichoso, difícil de entender. Los astros se alejaron del Real Valladolid el día en el que más méritos hizo el equipo blanquivioleta para tenerlos de su lado. Les conquistó con labia y elegancia, pero no logró ir más allá de la conversación.
Cuesta recordar un encuentro parecido al del domingo. El Pucela superó al Zaragoza en todas las facetas, empezando por juego y terminando por intensidad y actitud, pero le faltó el beso, la caricia, el sexo, ese gol que lo transforma todo, ese instante que cambia crónicas y manipula opiniones. El palo no quiso ser cómplice. Ratón, portero del Zaragoza, tampoco.
Lo único que le sobró al Valladolid fue ternura en los últimos metros. Zorrilla se quedó demasiadas veces al borde del grito, del éxtasis, de esa sensación de deber cumplido bajo el tibio sol que acompañaba la mañana dominical tras una noche de lluvia, sofá y manta. La alegría se resistió a darle la mano al orgullo.
Sin embargo, los fieles que se dieron cita en el santuario blanquivioleta –los que acompañan siempre, no los que aparecen en primavera si el doctor sale y da buenas noticias– arroparon en todo momento a los chicos de Paco Herrera. Sobrevolaba la sensación de que estábamos ante el mejor Valladolid desde Djukic. Posabas tus ojos sobre el césped y veías un conjunto dominante, serio, con estilo, vertical y fuerte defensivamente. Gusta la sensación de saber que hay un plan tras años en los que el único plan era sobrevivir.
Quizá por eso, cuando el árbitro pitó el final, la gente respondió con una sentida ovación pese a que el sabor de boca era amargo por esos tres puntos que no volaron directamente hacia el vestuario pucelano. De pie, en las escaleras, los que quedaban en el estadio aplaudieron agradecidos por lo visto. No se trató de un gesto resultadista, sino algo que fue mucho más allá. Por fin Valladolid leyó el fútbol sin mirar el marcador. Por fin Valladolid sintió orgullo.
Paco Herrera ha conseguido que haya comunión entre la familia y el club, entre los que sufren y los que trabajan para que eso deje de suceder. A orillas del Pisuerga existe la sensación de que este año sí, de que, pase lo que pase en los partidos, se puede creer.