Y habrá merecido la pena este valle de lágrimas
el día de su primer doblete con el primer equipo
Foto: Real Valladolid
Golpes maestros, giros circulares y una hoja que cae anunciando el otoño. Tu cara se refleja fatigada en el espejo porque no concibes otra época sin aliento. Hace tiempo que comes el viento sin importar si es alimento; hace tiempo que imploras eutanasia; hace tiempo que pides el toque de gracia.
Tropiezas con el pozo que te ahoga, pese a no haber agua. No te atreves a pedir ayuda por el simple hecho de no encontrar respuesta. Hoy es jueves y ayer pudo ser otro día, pero el calendario ya no te sirve para contar el tiempo. El tiempo es perdido.
Nunca regresarán los momentos, lejanos ya, de héroes impertérritos; solo nos quedan sombras y la luz se apaga. Sin embargo, incluso cuando esta languidece, hay ocasión, espacio, para la última chispa. La que concentró tus oraciones, el trago que pedías en este mar inmenso de sed.
Y he aquí que aparece tu esperanza espontánea. Cuando no albergábamos otro remedio que un milagro, ni mayor milagro que encontrar un remedio. Y estaba ahí, delante de nosotros, tan presente como olvidado para quien la fortuna le es tan esquiva y mentirosa como mal buscada. Porque nuestra suerte, tu suerte, no se encuentra, se busca (y es una suerte haberte encontrado).
Es fácil que fueras la fe. Fiera domada en un punto tan fútil. Falacias que finalmente acaban facilitando que afuera no siempre fuera más fácil. Ahora que te fajas entre las olas a favor de corriente, no haces memoria de los filibusteros que farfullaban, que no te tenían fe, siendo ahora, como eres, la esperanza factible. Faro en la bruma, espuela de ventura.
Tu nombre, tan simple y llano como el contento que sustentas. Como el viento que mece la puerta, como los escaques de un tablero en el que ya no eres peón ni alfil, padre del rey de reyes al fin.
Tibieza del mediodía, tu contexto te bate y tu nombre es sinónimo de añadir, como sumas sonrisas a unos que contigo derrochan lágrimas de alegría que baten la luz y la deshace en colores de vidriera. Nuestra alma es ya una gleba porque has conseguido que nuestras sombras hondeen a media asta. Llama viva, llama ciega.
¿Quién se encarga de velar por los sueños que nos agrandas? La esperanza, que es la última siempre en marcharse. Con los ojillos avezados al llanto, parece más difícil que, cansados, quieran despertar de este camino de estrellas. Sigue soplando fuerte nuestro barquito de vela sin que importe la corriente o la marea.
Oímos tu nombre como esbozo de un canto. En el templo ya no se llora la muerte del niño Dios. Hay un nuevo nombre, algo nuevo que añadir. Jose es la fe, porque ambos retumban, y su eco atruena, sin que haga falta el acento.