Los menos habituales se toman en serio su actuación y consiguen avanzar a dieciseisavos tras imponerse al CD Tenerife

Era tarde de lluvia, fría, y encima, de festivo. Por si fuera poco, la sola amenaza de una prórroga, vistas las horas del comienzo del encuentro, y a la que podía acabar, daban pereza. Les pedía a muchos el cuerpo sofá, mantita y tele para ver al Real Valladolid, lo que se notó en la grada; no así en el tapiz.
El conjunto blanquivioleta avanza a los dieciseisavos de final de la Copa del Rey después de imponerse al CD Tenerife en la prórroga. Gracias al esfuerzo de los menos habituales, innegable pese al tiempo extra y a pesar de no ser el choque el más brillante que uno pueda ver, se medirá en la próxima ronda sus fuerzas a un ‘primera’. Y es que, a falta de un entretenimiento excesivo, con más goles o una de esas tantas de penaltis que al que se quedó en casa comiendo palomitas habría levantado del asiento, por lo menos hubo respeto, al que fue (sobre todo), al que no, a la competición y a sí mismos.
Todo esto es importante porque, bueno, a veces uno tiende a ‘tirar’ la Copa, como bien es sabido por estos lares. Sucede que, juegue mejor o peor, acompañen los resultados o no, este equipo es honesto y tiene hambre; por ganas no va a ser.
De ello dio buena cuenta desde el primer momento, queriendo el balón y queriendo ser aquel que aspira en liga, aunque los nombres sean distintos. Si en campo propio quiere amasar el balón, mirarlo y cuidarlo como el que no fue a Zorrilla a su mascota, en el del rival quiere correr y divertirse, como cuando uno saca a pasear al perro en una jornada menos desapacible que la de este miércoles.
Pero como la lluvia encharcó el terreno de juego, ambos conjuntos se vieron obligados a un despliegue físico mayor quizá del deseado, ya que ninguno de los veintidós, ni los que salieron después, tienen el don de dominar las aguas. Esto provocó que no fueran muchas las ocasiones, aunque las hubo, como una pronta oportunidad de Jaime Mata que repelió Falcón.
El punta madrileño, cumplida su sanción, fue posiblemente uno de los jugadores más activos por parte de los locales, ya que dispuso de algún tímido intento más. Por parte de los tinerfeñistas Omar Perdomo y Jouini buscaron superar a Pau Torres, pero tampoco con demasiada brillantez ni tino. A ratos anodina, la primera parte no dejó mucha más historia; fue un quiero y no puedo de los dos equipos.
Por regla general, correr más no significa correr mejor, ni tampoco garantiza el triunfo. Sin embargo, como el pasto no estaba para florituras, y además a Guzmán, Salvador y Mata es lo que les pide el cuerpo, en el segundo periodo los envíos fueron más directos. Esto fue emulado por los de Pep Lluís Martí, que si de buenas a primeras se toparon con una defensa bien plantada y arropada, luego encontrarían un hueco. Luego.
Antes, en el minuto 79, Dejan Drazic, casi inedito hasta ahora en competición, comenzó su reivindicación. Contó con la connivencia de la zaga chicharrera, eso sí, puesto que hubo una mala entrega antes de que el serbio la cogiera y se regateara a Falcón para poner el uno a cero. En una jugada, por cierto, en la que Cámara se lesionó intentando sacar el balón de la línea, tras golpearse con el palo.
El que estaba al otro lado del televisor se dijo que bien, que hoy me iré pronto para cama, mientras que el que había ido a Zorrilla se quería imaginar ya enfilado la salida para coger el ‘F’ y arroparse nada más llegar a casa. Pero todavía quedaba tiempo y Martí introdujo a Choco Lozano y a Amath para intentar cambiar la cara a su equipo, decir que ellos también eran honestos y querían la Copa y, ya de paso, la prima que por lo visto se habrían llevado en caso de haber pasado.
Cosas del destino, sería el canterano, repudiado en su salida del Real Valladolid antes de firmar por el Atlético de Madrid (qué cosas; allí sí valía) quien devolvería las tablas al electrónico –que, pese a nuevo, a veces falla: empezó la primera mitad a contar más tarde y dio la sensación de que Pérez Montero había decretado antes su final–. Para marcar, el senegalés corrió antes como alma que lleva el diablo a un balón en largo en el que la defensa erró; empate a errores, empate a goles. Después no dejaría de correr, previo baile en la banda, si bien el verdadero peligro lo trajo su compañero Lozano.
Nada que ver aquello con la tardecita de Jouini, quien podría haber marcado si en lugar de al aire hubiera golpeado al esférico, metiéndose al bolsillo ese puñado de euros extra. Como fue torpe, el envite se fue a la prórroga (que no a la porra, aunque ahí querría haberlo mandado más de uno, seguramente) para maldición de muchos, pero no de dos, Raúl de Tomás y Drazic, incorporados tarde.
No había pasado nada hasta el minuto ocho del tiempo extra, momento en el cual De Tomás tuvo un gesto torero en la frontal, un recorte que le sirvió para deshacerse de su marca –poco pegajosa y hábil, dicho sea de paso– antes de pegarle a la red, raro, pero efectivo. Y si aquello no dio carpetazo fue porque el Tenerife ansiaba la prima como si fuera Shelbyville.
Lozano volvió a intentarlo y se encontró con el paradón de Pau, Jouni volvió a fallar y el tiempo se fue consumiendo mientras el Real Valladolid jugaba con diez, por la lesión de Anuar. Y por si alguien dudaba de que hiperactividad significa quiero una oportunidad en serbio, Drazic se inventó un golazo de cucharita que sentenciaba la eliminatoria.
Llegados a este punto, quizá alguien extrañó un mayor suspense, quién sabe, una tanda de penaltis, un giro argumental típico de las películas de la sobremesa de Antena 3. No era ese el canal, ni era cine lo que se estaba viendo, sino a un equipo que quiere la Copa y que en la próxima ronda se verá las caras ante otro de Primera División.