El Real Valladolid sigue en caída libre tras cuatro derrotas consecutiva
Todo cambió un diez de septiembre. El Pucela visitaba el Heliodoro Rodríguez López con siete puntos de nueve posibles en la mochila y una imagen que obligaba a la ciudad a engancharse al equipo y recuperar la ilusión perdida. Los hombres de Paco Herrera dominaron al Tenerife y jugaron con personalidad, pero un gol al filo del descanso dinamitó tantas cosas que hasta la estructura creada con mimo durante semanas se vino abajo con estrépito. Aquel golpe anímico hundió incomprensiblemente al Valladolid.
Lo que vino después ya lo conocemos todos. Derrotas y más derrotas hasta sumar cuatro de forma consecutiva, registro que ni siquiera se vio en la horrible temporada anterior. Lo peor, más allá de no sumar, es que no existe una explicación razonable a nivel futbolístico.
El problema es anímico, y ese es el mayor problema que un equipo puede encontrar en el fútbol. Anímico, y de falta de gol, pero este último tiene solución y está en el paso de los partidos.
Sin embargo, y volviendo al aspecto psicológico, el Valladolid muestra una dolorosa fragilidad que le lleva a abandonarse en cuanto recibe un golpe. Incluso ante el Huesca, con 1-0 a favor, el cuadro blanquivioleta se desplomó al sufrir el empate.
El Pucela parece sólido, con ideas, sabiendo a qué juega y gestionando bien los tiempos del partido, pero cae siempre en el primer guantazo. Es como si no supiese leer otro guión que el preparado por él mismo durante la semana. Como si un contratiempo, por mínimo que sea, lo arrolle de la misma manera que una riada. Y es doloroso. Se trata de un desplome mental ante el que el fútbol ofrece pocas soluciones. Solo una serie de buenos resultados reanimarían al Valladolid, pero esa buena racha estuvo a principio de temporada y el equipo cayó igualmente a partir de la cuarta jornada.
Pese a todo, y aunque suene hilarante, mi confianza en el proyecto de Paco Herrera sigue intacta. No es ninguna broma y tampoco he venido aquí a engañar a nadie. Es preocupante que el equipo no funcione a nivel anímico, pero hay estilo, mimbres, entrenador, fútbol, solidez y actitud. Si el mister da con la tecla y recupera a sus chicos, la buena senda vendrá de la mano otra vez. Eso, y que mejor tener un desplome en septiembre y no en abril cuando el calor aprieta y las urgencias por puntuar no perdonan.