El Real Valladolid cosecha su tercera derrota consecutiva en un partido que mereció perder por más al descanso y que pudo y debió igualar en la segunda

El Real Valladolid no pudo deshacerse del maleficio que arrastra en el Anxo Carro y cayó por tercer partido consecutivo frente a un Lugo que mereció más en la primera mitad y que debió perder su renta en la segunda. Hubo una parte para cada uno y solo un penalti decidió, el torpe cobrado en el primer periodo a Balbi y que marcó Joselu.
No fue buena la primera parte de los blanquivioletas. Al contrario, fue malísima. Emperrados desde el mismo once inicial en dominar en campo contrario, se olvidaron (como si no lo hubiera advertido en la previa Paco Herrera) de que para hacerlo antes tendrás que dominar otros aspectos o el elemento clave: el balón.
La pelota fue lucense por propia devoción y por inacción o acción pobre del rival. Como este se alejaba de allí donde se gana, el Lugo lo tuvo fácil para manejar el cuero. No es que fuera suyo el medio, es que como se desentendió el Pucela de las fases primeras del juego, allí lo tuvieron solo para enviarlo con peligro hacia adelante.
Estuvo completamente desconectada la parcela atacante del Real Valladolid de la iniciación y de la generación. Y lo que es peor Míchel, otra vez, no estuvo acertado en su función de interior, muy lejos también y también muy poco participativo. También en defensa, lo que propició superioridades lucenses, por dentro, pero también por fuera, donde atacaron sobre todo el lado derecho con Iriome.
Tal fue el baño que dieron los de Luis César Sampedro a los de Paco Herrera en la primera mitad que dio la sensación de que alguien había trasladado las termas desde Ourense hasta la ciudad amurallada; solo faltó el masaje. Y aun así, aunque tenía muchísimo el balón, al Lugo le costó crear peligro. Solo que, como se daba la circunstancia anterior, que había cuatro rivales muy lejos de su propio área, siempre llegaba en franquía.
Álex López también estuvo lejos, en su caso, del campo donde tiene una mayor repercusión. Cuando su acción transcurrió donde debe, en territorio enemigo, dio un par de pases muy peligrosos, uno de los cuales acabó enviando Mata a la jaula, en posición tan ajustada como ilegal. Fue la antesala de la confirmación de que algo no iba bien.
Apenas un minuto después, un envío al área acabó con una respuesta poco contundente de Becerra y una torpe de Balbi, que cometió penalti. Juanlu convirtió la pena máxima y aquello fue como si hubiera llamado a Satán jugando a la ouija. Viejos demonios volaron por encima de las cabezas de la afición, que, lejos, rememoraron cómo en dos ocasiones en ese mismo escenario se encontraron con la chica de la curva.
Antes del tiempo de asueto, Iriome dispuso de un remate peligroso en un testarazo en uno de los varios córners consecutivos que botó su equipo. Pedraza tuvo dos, el primero desbaratado por Balbi y Becerra al alimón y el segundo después de un regalo de Rafa, pero tampoco acertó. Las piernas temblaban y solo Raúl de Tomás intimidó cerca del descanso después de una carrera de Moyano.
Contra los demonios, Ángel
Parecía evidente, viendo la pobre imagen del primer periodo, que había que cambiar algo. Apuntó al centro del campo todo el mundo… menos Paco Herrera. El técnico entendió que el crecimiento en fase inicial pasaba por reforzar esta, y no por tocar nada allí. Así, reforzó la salida con la sustitución de Lichnovsky por Guitián y ofreció una vía de escape lateral con Ángel, que entró por Mata en el costado izquierdo y fue muchas cosas en uno.
Para empezar, su recorrido de ida y vuelta acabó con la sangría atrás y abrió una brecha en la zaga rival. Bien por vocación propia o porque el Pucela le obligó, el CD Lugo dio un paso atrás, pasó a presionar menos y esto permitió una salida de balón más limpia. En todo caso, las primeras intentonas fueron con disparos lejanos de Balbi y de Míchel.
Con el correr del reloj, el Real Valladolid creció hasta el punto de que José marcó lo que pudo haber sido el empate a uno. Sin embargo, el asistente entendió que el talaverano estaba en fuera de juego cuando el balón salió de la bota de Moyano. Y si acertó, si la posición del atacante era antirreglamentaria, desde luego que era por muy poco, ya que la acción ofrece dudas incluso a posteriori.
Ángel asomó por dentro en conducción poco más tarde y se la dio de nuevo a Arnaiz, a quien el línea volvió a ver en posición ilegal. Quedaban veinte minutos y ya no se podía negar que los vallisoletanos se habían venido arriba. En el minuto 75, Moyano asomó en el pico del área y cayó ante José Juan, que barrió en su salida la pierna delantera del lateral, lo que provocó su caída.
En el intento de arreglar el desaguisado, se llevó también por delante –mejor dicho, por detrás– a Raúl de Tomás, que disparó cruzado fuera. El caso es que cuando esto sucedió ya se estaba dando la protesta de Moyano, que creyó haber sufrido una pena máxima y, sin embargo, el colegiado no un pitó penalti que como poco pareció.
En el cuarto de hora final Raúl de Tomás tomó el relevo de Ángel como principal agitador, como finalizador, frente a la acción generadora del canterano. Hasta tres veces lo intentó, dos de ellas de falta, una de las cuales se topó con el larguero en la oportunidad más clara de los noventa minutos. También fue meridiana la de José, pero su media tijera a la media vuelta se perdió.
Negado en la primera mitad en el juego, en la segunda parte el Real Valladolid lo estuvo de cara a puerta. En busca de la épica, Isaac Becerra subió en el saque de esquina que cerraba el encuentro, pero no hubo gol postrero y heroico y los blanquivioletas acumulan ya tres derrotas seguidas y 342 minutos sin marcar (y que el tanto suba al marcador).
Puede llevar la frustración a culpar al colegiado de lo que no hizo el equipo, pero no, ni siquiera aunque la actuación arbitral condicionara (que lo hizo) la culpa es de otros. Si se volvió a sucumbir es porque otra vez por momentos faltó fútbol y, siempre, acierto de cara a puerta. El sábado, contra la SD Huesca, ambas cosas han de aflorar si no quieren los vallisoletanos que terminen de diluirse las buenas sensaciones dejadas en las tres primeras jornadas.