El Real Valladolid se hundía durante el primer tiempo, golpeado por un Lugo dominante en todos los aspectos. Herrera lo enmendó con una doble sustitución que cambió… casi todo
Herrera tenía que hacer algo. El Real Valladolid naufragaba por las bandas, se partía en pedazos por dentro, no retornaba y solo resoplaba tras cada oportunidad de un Lugo que estaba desplegando una exhibición de fútbol combinativo y presión constante.
Dominaban en todo. Dibujaban torbellinos que azuzaban a un Valladolid atolondrado e Iriome, desde el extremo derecho, atacaba los espacios que quedaban solos para Balbi, ineficaz para pararlo.
Tampoco el resto del bloque defensivo mostraba una respuesta ni una solución, y sufría las transiciones ataque-defensa como nunca hasta ahora en este curso. Así, estaban firmando la peor primera mitad desde que Herrera llegara a la Avenida Mundial ’82.
¿Por qué un primer tiempo tan oscuro?
Por varios motivos que desestructuraron todo el sistema. En ataque, el Real Valladolid, superado por la presión lucense, perdía pronto balones, no lograba juntar las líneas en primera fase y, por tanto, no podía tejer maniobras que hicieran progresar el bloque hasta más allá de la medular. El sistema ofensivo pucelano languideció, durante prácticamente los primeros 45′, en su propio campo.
Los dos pivotes pucelanos, lejos de estar inspirados, no lograron conectar con un Míchel que nunca supo ganar superioridades centrales.
Al contrario, Pita y Seoane, acompañados por los mediapuntas lucenses, conquistaban ventajas posicionales sobre el ’21’ pucelano que les permitían instalar el ataque estático en terreno rival y, de este modo, desposeer a los blanquivioletas de una de sus herramientas identificativas: la pelota.
En defensa, la primera línea de presión del Real Valladolid fue siempre fácilmente rebasada. Raúl de Tomás, Mata y José no pudieron incomodar los limpios y automatizados movimientos de los gallegos, que tampoco se enfrentaron a mayores obstáculos para eliminar a Míchel y, así, adelantar los ciclos de posesión hasta zonas de peligro. Zonas en las que Campillo, Pedraza e Iriome hicieron mucho daño a la defensa castellana.
Sin un bloque bajo sólido se hace más difícil tener un bloque alto poderoso. Entonces, Herrera, para paliar aquel déficit, introdujo dos cambios al descanso que variaron el escenario en el segundo periodo.
Un central y un carrilero para ser ofensivos
No tenían salida en corto y borbotones de ataques se colaban por sus extremos, en especial por el defendido por Balbi. ¿Solución? Guitián, central con habilidades para jugar de pivote, por Igor; y Ángel, carrilero zurdo dotado de características mixtas, por Mata.
A priori podría parecer un cambio defensivo, para calmar las aguas en las que apenas podía mantenerse a flote el Valladolid. Sin embargo, se tornó en una variante ofensiva que transformó el guion.
Con Ángel, los pucelanos ganarían fortaleza defensiva para suturar los ataques verticales que los lucenses perpetraron en el primer tiempo; con Guitián, incrementarían, en principio, las posibilidades para aplicar una salida de pelota más clara, pudiéndose juntar con Álex y Leão y reforzar, así, un triángulo de creación muy mermado hasta entonces.
Alimentar la base para poder construir arriba. Este concepto, a riesgo de sonar contradictorio, fue la clave que activó a los blanquivioletas y los acercó a un empate cercano. Lo que un día fueron praderas defensivas se limitó a pequeños caminos más difíciles de escrutar; lo que un día se avistaba a lo lejos como una isla inalcanzable, el área de José Juan, empezó a ser más familiar para los jugadores de ataque pucelano.
En parte, Herrera había conseguido lo más difícil: acallar el arrebato del Lugo y tomar las riendas del partido. Empezó, el Valladolid, a poblar más terreno contrario, a organizarse alrededor del balón y a acertar en el pase. Ángel trabajó en posiciones intermedias, nunca como un extremo al uso, José pasó al enganche y Míchel al interior derecho, mientras Raúl de Tomás comenzaba a adoptar un rol más protagonista en la generación de ocasiones de gol.
No le bastó. Terminó cayendo por tercer partido consecutivo, después de una primera mitad nefasta y una segunda donde resucitó gracias a la doble variante implantada por Herrera en el descanso. Es cierto que aún merodean los pucelanos en el periodo de probarse, de explorarse. Pero también lo es que la ausencia de Jordán se está percibiendo en las dificultades existentes para mantener el equilibrio y el dominio en la medular. Desde donde debe partir todo; o así, sobre el papel, es lo quiere el entrenador del Real Valladolid.