Un romo Real Valladolid se deja los puntos que mereció frente al UCAM Murcia en la última acción del partido
Tibio, como el agua del Mediterráneo, el Real Valladolid fue de nuevo presa de sus propias caricias. Torpe, no desplegó ante el UCAM Murcia cuantas artes aparenta manejar, y sin embargo pudo vencer. Es más, debió hacerlo, incluso. Jamás cayó en la complacencia de saberse mejor –no podía, ni tocaba–, pero ambicionó ganar. Le faltó rematar, por tercera vez en cinco partidos. Hacerlo de verdad, o si acaso ser más ducho a la hora de hacerlo. El gol, vaya.
Quizá (seguro) más cosas, pero con esto habría bastado. Con ver puerta solo una vez. De haberlo hecho, difícilmente se habría escapado aquello que para alguno habría sido justo, la victoria, que al final se marchó en la maleta del UCAM, cuyo premio fue excesivo, ya que solamente en los primeros quince minutos mostró cierta rebeldía.
Gato con guantes no caza ratones, dice el refranero español, y es verdad. O el Real Valladolid se quita de una vez por todas la suave prenda con la que dispara y su condición de romo o esta no será la única vez que se le quede cara de tonto (con perdón).
Tuvo bastante el balón y tuvo las ocasiones, pero pecó de nuevo de poco efectivo y se quedó sin ver puerta por tercera vez en cinco jornadas, dato que, dicen los protagonistas, no preocupa porque se genera peligro, pero que debería hacerlo, puesto que si no de nada vale.
De nada vale cuajar un partido resultón –que no exactamente bueno– si al final es el rival quien se lleva el triunfo, como ya sucedió en Tenerife siete días atrás. Hay que afinar, guste o no, para acabar con la sensación amarga que deja hacer más y acabar con los bolsillos vacíos. Y sí, hay que mirarse lo de las acciones a pelota parada, por más que uno crea que la que deriva en el gol de Tito no era falta.
Sorprendieron los universitarios no solo en el resultado final, imprevisto incluso para ellos, sino también en el inicio, con una presión alta que llevaba a equívoco. Fue como si quisieran resolver pronto el partido o como si se quisieran mostrar con una ambición diluida con el paso de los minutos y con el paso atrás que luego dieron. Fue coger la manija Álex López y adiós muy buenas.
Claro, que el gallego, siendo tanto, no lo es todo. Pasó lo típico en estos casos, que tener el esférico no es garantía de éxito y resulta casi inútil sin espacios hacia los que llevarlo en campo rival. De que esto sucediera ya se encargaron los de José Luis Salmerón, pétreos, férreos. En corto fue imposible; hubo que porfiarlo todo al envío sobre la diagonal de José desde el lado derecho hacia adentro.
En todo momento faltó alguien lúcido a la espalda de la primera línea. Debió ser Míchel, pero no brilló, y el propio López no alcanzaba a ser, que diría García, el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. Pudo bastar, sin embargo, porque José, convertido en la canción del verano, martillaba una y otra vez con las mismas notas, y el rival solo podía responder con un Arnaiz me lo confirmó cuando él anunciaba que la gozadera se había formado.
Hasta tres veces pudo gritar gol, como en la discoteca uno todavía grita, aunque no pertenezca a este periodo estival, aquello de «Gente de Zooona». Drazic, que aún no baila al son que marca Herrera, tuvo otra en un remate que acabó en las manos de Biel Ribas. ¿Y en el otro lado? La nada.
Romo, el conjunto blanquivioleta era ese cuchillo que mamá nos da cuando somos niños y que el filete lo desgarra en lugar de cortarlo. La diferencia es que Villar, a la sazón, mamá, no cogió el plato como diciendo «ya lo hago yo». Hizo falta, Paco Herrera entendió que pronto, y por eso lo metió en el 55′, pero tampoco su maña fue mucha. Fue como dar a papá el tarro de mermelada, que él sonriera y luego no fuera capaz de abrirlo. La portería del UCAM había quien la abriera.
Lo peor de esto es que conforme fueron pasando los minutos la sensación de que ya llegaría el tanto se fue difuminando. Es verdad que Mata se encontró con Biel Ribas y con la madera en la oportunidad más clara del segundo periodo, pero no menos cierto es que el paso atrás de los murcianos terminó por atascar más si cabe a los blanquivioletas, que tampoco mejoraron con los cambios.
Un pequeño arreón universitario dio que pensar que acabarían metidos en campo rival. Y sí pero no. El Pucela volvió a salir de su mitad, aunque ya sin crear más ocasiones. Y prácticamente en la última jugada, a André Leão le cobraron una falta discutida casi en el centro del campo sin aparente peligro. Lo tuvo, finalmente, porque el UCAM colgó el balón, Isaac Becerra salió regular y Tito marcó un gol que valía el primer triunfo en la categoría en la historia de su club.
Dejó a los locales «jodidos», que diría luego Mata, porque «desde la humildad», como dijo Rafa, se sabían mejores y se supieron superiores. De nada valió esto: cosecharon la segunda derrota de la temporada y la segunda de manera consecutiva, que viene a frenar, ahora sí, la euforia que el equipo había generado.