Jorge Martín habla de las sensaciones que le dejó la derrota del Real Valladolid en Tenerife, primera de la temporada

Dolió. Al Real Valladolid le borraron su sonrisa y la afición blanquivioleta notó el tropiezo en la piel. Una extraña sensación recorrió la ciudad minutos después de las 19:45 del sábado. Era rabia, enfado, dolor. Busqué dentro de mí y no encontré la indiferencia que me acompañó durante tantos meses. Me noté jodido, apagado… y me alegré por ello. Suena contradictorio y seguramente lo sea, pero tenía ganas de que el Pucela despertase en mí sensaciones que creía olvidadas. En agosto fue la ilusión y tras la derrota en Tenerife, dolor.
Por fin duele. Por fin Valladolid recibe con malos modos un tropiezo. Por fin deja de darnos igual que el equipo vuelva de sus viajes sin puntos. Duele porque hay algo, porque existe un proyecto que convence, que genera esperanza. Por fin la afición blanquivioleta maldice una ocasión fallada o un error defensivo. La indiferencia quedó en el pasado junto el hastío que nació por culpa de la interminable cadena de sinsabores.
Además del infravalorado dolor, me llamó la atención el positivismo con el que respondió la inmensa mayoría de los aficionados. Especialmente los socios son conscientes de que la línea de trabajo es buena y hay que seguir así por mucho que de vez en cuando tropieces con una piedra. La Segunda División es complicada y nadie dijo que la 2016/17 iba ser una temporada de paseo triunfal. Todo lo contrario.
El partido contra el Tenerife nos dejó un Valladolid gris, algo tibio en sus transiciones y que ofreció grietas a balón parado. Sin embargo, no fue peor que su rival, gozó de varias ocasiones claras y una mala decisión del árbitro le privó de jugar en superioridad numérica durante una hora. Analizado fríamente el choque, la derrota no es alarmante.
El sábado, ante UCAM Murcia, toca levantarse y volver a la senda de la victoria. Zorrilla, hasta el momento, no falla. Oviedo y Girona pueden dar fe de ello. La afición debe canalizar el dolor de la primera derrota hasta convertirlo en aliento para un equipo en el que no existe preocupación porque en la hoja de ruta de Paco Herrera no hay manchas pese al inesperado golpe sufrido en las islas.