El Real Valladolid cosecha la primera derrota de la temporada ante un Tenerife que no demostró ser gran cosa, pero al que le bastó con ser más efectivo

Ya lo decía Paco Herrera previamente: ojo con la euforia, que queda un mundo y no se va a ganar a todos. Era Tenerife territorio maldito para el Real Valladolid y sigue siéndolo, después de la primera derrota cosechada esta la temporada. Y sigue siéndolo después de peor partido de los cinco jugados por el conjunto blanquivioleta.
Y tampoco hay que rasgarse las vestiduras. Estas cosas pasan cuando uno es un equipo a medio construir. Porque eso es el conjunto blanquivioleta, una piña, sí, pero sobre el terreno de juego, todavía algo inconsistente. Lo dicho al inicio, lo de la euforia, va por aquellos que se creen que ya por esto no se va a subir: oigan, que queda un mundo.
El Heliodoro Rodríguez López era sinónimo de la prueba del algodón, y al final, como el anuncio decía, no engaña. Faltan cosas. No ya jugadores, esos están todos, sino conjunción, automatismos, acierto, fortaleza mental. Porque, fútbol al margen, esto se vio después de encajar; que todavía falta ese algo que permita superar a rivales y escenarios como este.
No mereció el Real Valladolid irse por debajo al descanso. Tampoco se puede decir que al contrario, porque aunque dominó, fue bastante estéril en ataque. Iban Salvador tuvo una oportunidad clara y se topó con Dani Hernández, pero tampoco hubo mucho más. Sin que el ritmo de la circulación fuera elevado, y sin llegar al punto de ebullición alcanzado siete días atrás, parecía que se podía ser optimista.
Pero claro, esto no va de intenciones y de pensamientos, sino de goles. Y después de errar en el dominio y en la ocasión y media que tuvieron, los vallisoletanos se fueron a vestuarios en inferioridad en el marcador por culpa de un desajuste defensivo que permitió a Carlos Ruiz rematar solo un córner a la red, en la primera y única ocasión franca en este periodo de los locales.
Además de esa fortaleza mental, el Pucela adoleció de fútbol. Faltó conexión con la parte de arriba, quizá provocado porque la ausencia de Jordán llevó de nuevo a Álex López cerca de la base y ni él ni Míchel fueron capaces de sortear la maraña de piernas del rival. Aunque, sin embargo, si alguien había sido superior esos fueron los de Paco Herrera, que, no obstante, detectó la desconexión de los atacantes e introdujo rápido variaciones.
En todo caso, la salida de Raúl de Tomás y Drazic no afectó a los tinerfeños, ya que si bien salieron con brío, sobre todo el punta, que trató de superar a Dani Hernández con un disparo exterior que se marchó fuera, el efecto fue efervescente como el de una aspirina. Mientras tanto, los locales creyeron que podían sentenciar y solo la falta de acierto se lo impidió, sobre todo a un ‘Choco’ Lozano negado de cara al gol.
La imagen de la segunda mitad fue de un equipo impotente, que tampoco encontró luz cuando entró Sergio Marcos y el dibujo varió, en apariencia, a uno más ofensivo por más que Mata desapareciera. Pudo ser ilustrativo el que los tres atacantes titulares fueran cambiados, aunque el problema no estuvo en ellos, sino en todo: ellos no generaron, pero porque faltó creación por detrás.
Incluso se pudo lamentar un segundo tanto, como se ha comentado, debido a que los de atrás tampoco estuvieron a un nivel excelso. Rafa falló y casi regala un gol a Lozano y Balbi sufrió un montón ante Suso Santana. Dicho esto, se preguntará quien lea si fue todo malo, y posiblemente así fuera, aunque no hay que cargar tintas.
El Real Valladolid está tan a medio hacer como antes, cuando ganó al Real Oviedo, al Girona y al Real Zaragoza. Y cuando esto pasa, sucede que los resultados son adversos, quizá no siempre, pero sí por lo menos a veces. Hasta ahora el conjunto de Paco Herrera había crecido en la abundancia, entre resultados positivos. Esta vez tocó perder y tocará hacerlo con una media sonrisa, y no la amplia precedente. Para hacerlo, mimbres hay. Los mismos que hace siete días.