El Real Valladolid logró un primer triunfo cimentado en una mezcla de insultante juventud, ansia por demostrar y adaptación al contexto

Bienvenidos, hay un equipo. Puede sonar a verdad de perogrullo, pero el primer partido del Real Valladolid estableció varios puntos que convergen en uno sólo. Puedes intentar elaborar el gazpacho más sabroso del planeta, aportando tu cariño y no demasiado ajo, y que termines tomándote un zumo de tomate. Puedes aspirar a ser el mejor corredor no profesional de tu zona y claudicar limitándote a subir a redes sociales fotos con tu nuevo conjunto deportivo antes de salir a correr y concluir con un “¡otra mañanita más a tope!”.
Puedes proponerte muchos objetivos y no conseguir ninguno, o incluso fingir que los propones, como el Real Valladolid el curso pasado. Pero, si quieres realmente construir una identidad, has de empezar por aglutinar a un grupo de futbolistas cuyo horizonte sea el mismo, e incluso, con amanecer compartido.
Más allá de esquemas, dibujos, posiciones, los blanquivioletas rezumaron en su primer duelo hambre, ambición. La furia en el gesto de motivación de Becerra después de una parada, o el toque mágico ajeno a cualquier rendición de José al transformar el gol del triunfo. La concentración de Renzo y su fe en demostrar que puede tener un hueco, la solidaridad de Mata al regresar para defender tras intentar marcar, la búsqueda de una juventud que empieza a escaparse a un Álex López seducido por su padre futbolístico.
Y Paco Herrera, quien clava su mirada con el mismo filtro en el joven y en el veterano y que, tal vez por ello, favorece la eclosión de figuras inexpertas en el fútbol profesional como el mismo José, Renzo, Salvador y Mayoral. La tarjeta de presentación del nuevo Pucela recoge, asimismo, una capacidad de adaptación al contexto del partido, como sucedió ante el Real Oviedo en el segundo tiempo:
Cuatro atacantes en línea en el primer periodo, cinco defensores en el segundo
No fue un partido donde los blanquivioleta se impusieron por tenencia de pelota, sino por la aclimatación en dos mitades bastante distintas. En la primera, cuatro atacantes (Mata en la izquierda, Salvador en la derecha, Renzo y José en el centro), tejieron una línea casi paralela en ataque.
En una colocación que podía parecerse a un 4-2-4 con López y Leão de mediocentros, el Valladolid no conquistaba la pelota ni disfrutaba de facilidades en zonas intermedias, pero tampoco perdía el equilibrio ni permitía al Real Oviedo que sus acercamientos al área se hicieran constantes.
En las maniobras de iniciación con pelota, los centrales Rafa e Igor se clavaban casi a la misma altura de los pivotes para acompasar la generación de fútbol en la medular.
Un fútbol apenas enhebrado en tres cuartos, sino que en bastantes situaciones se aceleró desde la propia zona de creación para potenciar los desmarques de ruptura de los delanteros pucelanos. Como ejemplo que consolida esta circunstancia sirve el gol de José, precedido de un pase largo de Leão desde el círculo central.
En el segundo tiempo, fue Becerra quien tomó más protagonismo, al desbaratar varias situaciones claras de gol. El Real Valladolid fue retrocediendo metros, defendiendo más bajo y cediendo un dominio que, entonces, pasó más ligeramente al conjunto carbayón, encabezado por Toché en la delantera y Nando en el extremo.
Herrera, para tratar de paralizar el crecimiento rival, introdujo a Álex Pérez por Renzo (64’), defensa por mediapunta, que se trasladó en un reforzamiento del bloque defensivo. Sin pelota, el esquema se tradujo en una defensa con cinco integrantes, seguidos de los dos mediocentros, dos interiores y un punta.
El Oviedo gozó de una última posibilidad de gol, pero Becerra se estiró para evitarlo. Al instante, sonó el silbato y el meta catalán se dejó recostar sobre el césped, extasiado después de un esfuerzo coral. Y bienvenido.