Jugar en un club pequeño impide que seas mundialmente conocido, pero no que seas enormemente reconocido
Cuando me preguntan que de qué equipo soy, la respuesta es clara; soy del Real Valladolid. A menudo, esta respuesta no satisface al interlocutor que menospreciando al Pucela, comenta, «sí, sí, ¿y después?» sin duda queriendo saber si soy blaugrana, merengue o colchonero. Hubo un tiempo que, por pesadez, respondía que del Madrid, pero ya no. Ahora respondo que mi segundo equipo es el Real Valladolid B.
Una vez han acabado las risas por mi respuesta ,–yo no entiendo de qué se ríen- llega la pregunta ¿Cristiano o Messi?, mi respuesta, clara, concisa y sin atisbo de duda: Álvaro Rubio. Un aluvión de risas viene a continuación seguida por adjetivos como loco, chalado o simplemente piensan que no sé de fútbol. Me da igual.
Álvaro Rubio no es Messi, ni Ronaldo, ni Neymar. Es más, hay miles de jugadores mucho mejores que él. Nunca ha jugado una competición europea, ni ha ganado ningún trofeo importante ni, posiblemente, le conozcan mucho más allá de Albacete, Valladolid y, me imagino, que La Rioja, ¿y qué?
Pocos jugadores podrán decir que no han tenido ni una sola noticia extradeportiva en toda su carrera futbolística; un jugador de los de antes en el fútbol moderno. Pero además ha sido un lujo para el espectador de Zorrilla, acostumbrado, últimamente, a un fútbol triste y nómada, los seguidores blanquivioletas encontraron en el ’18’ a un jugador franquicia, clave y orgulloso del escudo que llevaba en el pecho y, también, en el brazo, en su brazalete de capitán. Un orgullo para Valladolid.
Sin embargo, hay que recordar que, cuando empezó a jugar con la elástica albivioleta, la afición no estaba con él y, por qué no decirlo, yo tampoco. Unos decían que jugaba por ser el «sobrinillo» de Mendilibar, otros, entre los que me encuentro, no entendían cómo podía jugar porque solo pasaba para atrás. Pero tras el ascenso todo cambio. Los escépticos cambiamos nuestro punto de vista para elogiar al mediocentro que nos había llevado a Primera con la mayor solvencia conocida nunca en Segunda División. Se convirtió en un héroe.
Por aquél entonces yo era un crío que se divertía jugando en el patio al famoso ‘Mundialito’, ese juego que consistía en cogerse un equipo, una selección o un jugador y jugar todos contra todos a ver quién marcaba antes gol en la misma portería. Los Ronaldo, Ronaldinho, Raúl, etc siempre se los cogían los más rápidos, pero los que sabíamos de fútbol y teníamos la sangre blanquivioleta nos cogíamos a Álvaro Rubio. ¡Yo me pido a Álvaro Rubio!