
Álvaro Rubio se va; Don Álvaro Rubio se va. El violeta de nuestra camiseta deja el Real alladolid y una gran parte de mi corazón lo deja con él, como antes otro pedazo se fue con Javi Baraja.
Llegaste al club en 2006 procedente del Albacete Balompié, y desde entonces disputaste con la camiseta blanquivioleta (o más bien blanquimorada, en estos años que la portaste) nada menos que 23.680 minutos repartidos en 310 partidos, en los que anotaste ocho goles y diste unas cuantas asistencias.
Te he gritado, te he aplaudido, te he silbado, te he defendido, te he criticado… pero, sobre todo, te admiro. Te admiro por tu forma de ser, por tu forma de jugar, porque llegaste siendo la más fea, y te vas siendo el rey de la pista.
Te admiro porque has tenido a infinidad de parejas de baile a lo largo de todos estos años –Mario Suárez, Victor Pérez, Vivar Dorado, Borja, Álvaro Antón, Medunjanin, Timor, Leão…– y te has puesto el traje de director y has conseguido que todos bailen al son de tu compás.
Te admiro también porque ninguno de los muchos compañeros que has tenido en esta última década ha dicho nunca una mala palabra de ti, has sido un jugador ejemplar, un capitán ejemplar y un blanquivioleta ejemplar, porque te quedaste aquí, con nosotros, en las buenas y en las malas, en vez de irte en busca de aventuras a equipos, cuanto menos, más poderosos económicamente. Te admiro, y te respeto, porque eres nuestro Gerrard, nuestro Lampard; un emblema de este escudo, del que hablaré a mis nietos. Eres esa clase de jugador del que Pedro Zuloaga estaría orgulloso.
Pero también te odio. Te odio porque te vas, porque nos dejas huérfanos de clase, de garra, de amor a unos colores. Te odio porque nada será lo mismo sin tu nombre en la plantilla del equipo. Te odio porque nos abandonas (o hacen que nos abandones) cuando más te necesitamos.
Te vas y contigo se va el último gran capitán del Real Valladolid, y Zorrilla se quedará mudo cuando se den cuenta de lo que implica no volver a gritar tu nombre. Aunque no quiero ser egoísta, los demás también tienen derecho a disfrutar de tu magia, solo me queda decirte, buena suerte y muchas gracias, Mariscal. Y recuerda: como diría aquel, «siempre nos quedará Zorrilla».