El Real Valladolid consigue salvar la categoría matemáticamente en Elche gracias al empate a dos en un partido más pobre de lo que refleja el marcador

Un buen día Eduardo Galeano definió el gol como el orgasmo del fútbol, y tenía razón. Lo es, en tanto en cuanto acaba el trance, una danza enfocada solo a ello, y a hacer disfrutar, del final y del trayecto, a poder ser. Como él no hay nada, al menos si estás enamorado. Si no lo estás, o si la química no es la adecuada, o no la mejor en ese momento, sucede que no es para tanto.
La hinchada es como una mujer; conviene siempre tenerla contenta. Si en el proceso en el que tratas de llegar al gol no lo logras, a menudo mostrará su disconformidad con los actos, incluso cuando se trate de la más paciente. En el caso de la blanquivioleta es fría, no es de montar numeritos. Y es entregada, incluso cuando no la mereces, cuando no la cuidas, ella está ahí (aunque cada vez menos).
No hay nada que haga más daño al orgullo de un hombre que ella le finja. Y sin embargo pasa; vaya si pasa (nota: a mí me lo ha dicho un amigo).
Aunque hay algo peor, y es que ni siquiera se tome ese esfuerzo en contentar la masculinidad de su pareja. Que reciba el gol con indiferencia es la mayor de las humillaciones. No así para el Real Valladolid, que festeja su salvación ignorando que ella ya se ha girado y lo único que quiere es dormir, tratando de olvidar cuanto antes el peor polvo de su vida.
Fue muy ilustrativa la sonrisa de Juan Villar después de devolver el empate ante el Elche en el Martínez Valero. Fue como si tuviera algo que celebrar. Y no, no lo tiene, aunque el gol sea orgasmo. Lo fue también la escasa efusividad con la que lo recibió el público en redes sociales. Qué habría sido de él si el tanto pasa en Zorrilla…
No es para menos. Aunque digan que el tamaño no importa, es difícil no envidiar al Deportivo Alavés, que vuelve a Primera, en una tarde en la que más de uno (o una) habría preferido la porno que anunciaba el canal 175 del Plus antes de que arrancara el envite. Tener que contentarse con algo tan pobre como la permanencia lleva inevitablemente a uno a pensar en su ex, en lo mal que hizo dando el cambiazo por… esto.
Por concretar un poco sobre el partido, tampoco fue tan malo. Si lo piensas, podría ser peor. El Real Valladolid podría haberse salvado solo gracias a los demás. O con un cero a cero insulso. Por lo menos lo hizo con un insulso dos a dos, tan engañoso para quien no lo haya visto como esa morena que tan guapa parecía en Asklepios o quien tanto presume de que la tiene grande.
En realidad, como el Elche no creía que pudiera llegar a la promoción y al Pucela le bastaba con poco, bueno, se conformaron, como si se hubieran topado borrachos, con los pies fríos y el moquillo cayendo a la salida de Bagur un viernes de enero. Fue de esos encuentros que uno acepta porque para algo lleva toda la semana poniéndole WhatsApp para ver si sale, pero que al final cambiarías por ir al Erchus a meterte entre pecho y espalda un chocolate caliente.
Como la Liga obliga a jugar hasta la jornada 42, y en realidad los de Alberto López no estaban salvados, pues eso. Y así, los primeros minutos fueron como meterse bajo la manta y dejarse los calcetines puestos, franca declaración de intenciones de que esta noche mi fantasía es que soy funcionario.
Con el paso de los minutos, el ritmo fue subiendo y la pachanga llegó a parecer algo serio, aunque no fuera más que eso. Los dos equipos sabían que no iba a ser lo soñado, pero vinieron a decir que por lo menos no sea porque no le eche yo ganas. De esta manera, siendo verticales los dos, empezaron a tener ocasiones hasta que encontraron el gol.
Una buena apertura a banda para Manu del Moral la convirtió esta en un centro más que aceptable hacia el área, donde apareció Roger, en el primer palo, para marcar el cero a uno. Dos minutos más tarde, antes de la media hora, Sergio León devolvía las tablas al marcador con un testarazo bello, que golpeó en el poste antes de entrar.
En el fútbol –como en realidad en la vida– los orgasmos no se pueden tener a la vez, pero ellos casi. Hasta el descanso siguieron igual, alternando de algún modo las oportunidades, más tímidas o más reales. Nada alteró el resultado hasta la segunda mitad, cuando Espinosa convirtió una falta lateral en gol gracias a que la zaga y Kepa otra vez no tenían su tarde.
Todavía faltaba por llegar el gol de la salvación, el del orgasmo último, cuanto menos (o sobre todo) fingido. Pedro Tiba apuró línea de fondo por el lado derecho y tras algo que quería ser diablura puso el cuero en el área, donde Óscar cedió de cabeza para que Juan Villar rematara a la red y dejara sellada de una vez por todas matemáticamente la permanencia del Pucela.
Cabe aquí volver a los primeros párrafos y recordar que su alegría no fue compartida, porque ella, la afición torció el morro pensando «no es para tanto». Más bien, su gol fue un «menos mal que ya se terminó este suplicio». O bueno, a medias; aún queda otro. Ya con la salvación en el bolsillo, el Real Valladolid cerrará la temporada el próximo sábado frente a un RCD Mallorca que querrá ganar para, también, salvarse.