Alberto alineó a Tiba como extremo y a Villar como delantero y logró algo meritorio: sumar un punto y anular a dos jugadores

Alberto, contaminado por el propio Real Valladolid, pensó antes del partido con el Girona que lo mejor era situar a Tiba en el extremo derecho y a Villar acompañando en el doble 9 a Roger. Quizá –cavilaciones– reflexionó: «Vamos a complicar aún más las cosas por si no lo estaban lo suficiente».
Y diseñó un 4-4-2 en el que hubo de todo menos coherencia. Reinó el caos más absoluto en el balance ofensivo. Las líneas se advirtieron partidas. La amplitud no existía mientras el poco fútbol visto se desarrollaba por dentro. Tiba, desubicado, restó más que sumó; Villar, en el barro, estaba demasiado acorralado en la defensa de tres centrales de Pablo Machín como para gritar libertad. No había salida.
Tampoco Alberto hizo ademán de querer buscarla, hasta el cambio en el 66′ del canterano José por Tiba, que impuso un cierto orden ofensivo, aunque el rol de Villar siguiera chirriando. Hasta ese momento, el encuentro se podía describir así: dos equipos con un respeto paralizante por su destino chocan en medio del campo y se ciegan en tres cuartos.
El Real Valladolid solo fue capaz de pisar área rival en el primer periodo a través de los saques de esquina. El Girona, en alguna acción aislada. Ya en el segundo, los catalanes modificaron la táctica con el fin de sostener la posesión e ir escalando líneas a través de la pelota para arrinconar a los blanquivioletas en un repliegue intensivo.
No les terminó de salir. Sí consiguieron progresar en la fase de iniciación, pero cuando debían evolucionar en zonas más altas perdían la claridad que, por otra parte, no encontraron en el área de Kepa.
Entretanto, en el segundo acto el Valladolid se abrazó con descaro al contragolpe, el mismo descaro que exhibió José, el único pucelano que aportó un gesto de vitalidad en un cementerio de individualismos alternos.
Probablemente, el punto conseguido es suficiente para dejar de pensar en fantasmas. Más tiempo costará desprenderse del hedor que han rezumado, durante toda la temporada, algunos fantasmas de carne y hueso.