El Real Valladolid empata a cero ante el Girona en otro soporífero encuentro y puede salvarse matemáticamente esta jornada si acompañan los resultados de los rivales
Desde que el Real Valladolid jugó en Ferrol mientras Suecia lo hacía en el Mundial de Alemania frente a Trinidad y Tobago no se materializaba tan tarde una salvación en la Segunda División, si es que para eso ha servido el empate de los blanquivioletas ante el Girona. Esa sensación, de que valía, transmitió Alberto al final, con su cambio con el partido casi acabado, para asombro y risa irónica de Óscar, el que entró.
El discurso del irundarra podrá ser otro, pero no se lo cree nadie. Cómo se lo va a creer alguien si horas antes de que sus todavía jugadores se la jugaran en Zorrilla ya se hablaba de que su sustituto está en capilla. Quién se va a creer a un técnico con tal sensación de interinidad, de estar de paso, que si le dicen a la afición que no ha deshecho la maleta nadie se extrañará.
Llegados a este punto, pedir fútbol es pedir mucho; es sabido. Al menos la actitud fue distinta. Aunque claro, por más que uno quiera y le ponga ganas, el deporte profesional es otra cosa. En este, llamarse profesional es como decir que el caballo blanco de Santiago es de tal color.
Si la mujer de Ángel María Villar se durmió en toda una final de la Copa del Rey, qué no haría ante semejante sopor, aguantado por seis mil y pico benditos. Lo menos que puede sucederles, si existe un dios, es que les reserve un cachito de cielo no muy lejos de él. Lo que perpetraron Real Valladolid y Girona no fue fútbol, o no en sentido oficial; fue otra cosa, un sucedáneo, más propio –dicho con todo el respeto– de una charlotada de verano para estirar las piernas y a ver si el tipo ese del ‘quiqui’ en el pelo y el del bigote moderno se compenetran.
El partido, por decirlo de alguna manera, se definió en los detalles. Primero, con la congestión en zonas interiores. Era sabido que el rival juega con tres centrales y amontona a mucha gente dentro, y Alberto decidió que a eso también sabía jugar él. Aunque dibujaban algo así como un 4-4-2, de los seis hombres del centro hacia adelante solo había uno puro de banda, Juan Villar, que encima jugó arriba, y claro, aquello parecía el parte médico del señor Burns [si alguien, por algún casual, no entiende la referencia, que haga clic aquí].
O bien ninguno de los dos técnicos supo entender la maraña interior o los dos se obcecaron en que ahí estaba el encuentro. Y estuvo. Vaya si lo estuvo. Como nadie jugó por fuera, por dentro estorbaba hasta el árbitro, y no estorbaba el balón pues porque a esto se juega con él. A lo que hizo el Pucela en ataque habrá quien le llame movilidad, pero no, fue anarquía. El Girona, mientras tanto, tuvo la más clara, pero Kepa la repelió bien abajo.
Cada segundo que pasaba parecían dos. Y así, la segunda mitad fue pasando mientras no pasaba nada, ni siquiera el tiempo, hasta la entrada de José. Todo lo de antes había sido como ser niño y jugar con hormigas a obstruirle el paso, a ver si de dar tantas vueltas se vuelven locas. Con él, al menos, el ataque se avivó. Fue como abrirle a la colonia un pequeño recoveco para que buscara el hormiguero.
Sin hacer la exhibición de su vida, alteró el ánimo de los seis mil y pico y agitó el ataque. Su nombre fue coreado varias veces, sobre todo cuando disparó raso al palo largo e hizo que Becerra se estirara para evitar el gol. Se destapó como el soplo de aire fresco que el equipo viene necesitando, como mínimo, semanas. Al talaverano se le sumó Rodri, que otra cosa no, pero revoltoso es un rato, y entre los dos hicieron ganar presencia en las inmediaciones del área rival a los blanquivioletas.
Sirvió de poco porque poco es el Real Valladolid, y poca la intención de su técnico. Con los laterales sin subir prácticamente en toda la segunda parte y con todos manteniéndose firmes en su posición, salvo cuatro, poco se podía hacer. Y claro, en estas el Girona se dio cuenta de que a lo mejor en un arreón podía llevarse los tres puntos, aunque tampoco le puso mucha fe y, bueno, no.
Los de Pablo Machín no acabaron de embotellar al rival en su área, pero solo porque su dinámica es mejor, porque quisieron y porque el Pucela daba por bueno el empate, terminaron el partido ocupando terreno en tres cuartos de campo. Por lo que pudiera pasar, y por si alguno tenía dudas, Alberto López pidió a Óscar con el tiempo casi cumplido un bolígrafo con el que firmar bajo el sonido del viento el punto como suficiente.
Y es que puede serlo. A lo mejor con eso basta, con los cincuenta. Si la Ponferradina o el Almería pierden contra Albacete o Llagostera, respectivamente, el Real Valladolid estará salvado, y el irundarra habrá conseguido aquello para lo que se le trajo. Y con las mismas se marchará, envuelto en mediocridad, cosa que no es exclusivamente su culpa, aunque también. Porque aunque tuviera razón, esa forma de decir «el punto nos vale», como la temporada misma, no está a la altura de la institución.