Los pucelanos cayeron ante un Tenerife mejor al que sólo le cuestionó el triunfo tras la variación ofensiva en el centro del campo

El Real Valladolid volvió a tropezar con su falta de competitividad y desidia en Tenerife, superior durante la mayor parte del encuentro y justo merecedor del triunfo. No solo perdió el timón del centro del campo hasta la única variación táctica interesante del partido, sino que también perdió cualquier atisbo de orgullo propio.
El Tenerife de Martí tiene algo que el Pucela no ha conocido en todo el año: conjunto. Se notó desde el principio. Apoyados en la posesión de pelota, adueñados de una medular en la que Borja y André Leão reaccionaban tarde a las acciones de juego, comenzaron a imponerse aunque en la última zona ofensiva fallaran.
Cuando era el Valladolid el que intentaba construir desde la elaboración, siempre limitada y deslavazada, los tinerfeños buscaban el pase largo que desmontara las líneas más adelantadas del equipo de Alberto. En el primer gol de Nano, autor de un doblete, el delantero ganó la espalda a Hermoso y sacó rédito a una mala salida de Kepa.
Los blanquiazules, mejor colocados, demostraron la habilidad de alternar modelos de juego para maximizar las debilidades ajenas. Sabían que el Valladolid en transición defensiva sufría mucho -y, en ataque, sólo creaban cierto peligro cuando combinaban Óscar y Mojica-. Y conocen a Moyano. Sobre su banda emprendieron gran parte de los contragolpes del primer periodo, abundando en la dantesca lentitud de su exlateral. El estado de inconsistencia ofensiva del Pucela adquirió un tono casi lunático cuando perdía el balón y el Tenerife iniciaba la galopada. Así llegó el segundo tanto.
La única variable impuesta por Alberto para tratar de cambiar las cosas se pudo ver tras el descanso. Retiró a Leão por Rennella. De esta manera, el único mediocentro puro que quedaba era Borja. Óscar multiplicó su participación para ayudar en la salida de pelota y en la creación de juego. En ataque, el dibujo podía asemejarse a un 4-4-2 en rombo y, en defensa, a un 4-1-4-1.
El Valladolid mejoró con esférico y transitó con más frecuencia en campo rival. No supuso una mejora considerable, pero sí suficiente como para equiparar el encuentro, anotar un gol –Óscar- y mejorar hasta el punto de limitar al Tenerife a esperar en repliegue.
Martí incorporó a Lozano por Lara para añadir más capacidad goleadora, en un escenario en el que el Valladolid podía empatar. Su decisión fue acertada, ya que el delantero terminó sentenciando en el descuento. Al Real Valladolid pareció no importarle. No busca restañar el orgullo, sólo terminar y poder decir que fue un mal sueño. Sucede que la temporada pucelana tiene mucho de realidad y demasiado de preocupación.