Una actuación lamentable del bloque defensivo blanquivioleta condena al Real Valladolid a mirar hacia abajo con el vértigo que su fútbol no tiene

El Real Valladolid volvió a perder, acumulando demasiadas horas lejos de la victoria, ante un Alavés generalmente mejor que gozó de más ocasiones para llevarse el duelo.
Este primer párrafo tan prototípico de crónica trivial terminada de escribir antes del final de partido, sólo busca iniciar un breve análisis sin dejarse arrastrar por la comodidad de repetir siempre lo mismo: este equipo es sólo una agrupación de jugadores que ni defienden ni atacan; que solo existen.
De hecho, perdió contra su propio dispositivo defensivo, en pocos momentos compacto. El conjunto de Bordalás, tampoco exageradamente superior al Valladolid, leyó a la perfección las debilidades blanquivioletas, sobre las que impactó desde el principio. En especial, percutió al espacio entre Moyano y Samuel, dos de los futbolistas más lentos del cuadro pucelano.
¿Cómo? Con su figura más veloz: Juli. El extremo, mejor jugador del partido, inició el encuentro proponiendo duelos con el lateral derecho pucelano y desmarques a su espalda, casi siempre acertados.
Los albiazules se sentían más cómodos sin llevar un peso demasiado fuerte en la tenencia de pelota. Al recuperarla, orientaban el juego directo hacia las bandas, donde el propio Juli, Femenía y Toquero –superó a Hermoso sin demasiados problemas–, se destapaban mucho más rápidos y enchufados. El Pucela sufría más –y sufre–, cuando tiene que realizar la transición defensiva con rapidez porque su retorno es demasiado lento como para competir por ascender. Y Bordalás lo sabe.
En faceta ofensiva, el Alavés depositó la mayor carga en Juli y Toquero, que variaron constantemente de posición, no solo durante el primer periodo sino en todo el duelo. Por momentos el esquema local se asemejaba a un 4-3-3 –con Pacheco ligeramente volcado a los carriles centrales– para dañar a espaldas de los laterales pucelanos. De todos modos, la variación posicional del Alavés fue constante.
En los primeros 45′, el Real Valladolid solo estabilizó el choque cuando fue capaz de asociarse en los pasillos interiores sin perder la pelota. Fallaba en los últimos metros, donde el centro lateral se perdía o el disparo se ejecutaba tibio pero, al menos, no mantenía un repliegue intensivo en campo propio sino un posicionamiento medio con líneas relativamente juntas (relativa y momentáneamente).
Esto, sin embargo, volvió a cambiar por medio de la fuerza competitiva de los atacantes alaveses. Sus contragolpes partían por completo el bloque defensivo del Valladolid, que dejaba demasiado espacio entre sus dos mediocentros –Borja y André Leão– y sus defensas. Su empuje hizo retrasar la altura defensiva, que terminó el primer tiempo en un repliegue muy atrasado y encumbrando a Kepa como su salvador.
Fue en el segundo acto cuando se produjo una ambivalencia de dominio y sensaciones más notable. Los primeros minutos del Valladolid dibujaron un guion tan insípido como acostumbra: esperar en terreno propio e intentar exprimir un error rival para correr al contragolpe.
Una breve reacción ofensiva traducida en un disparo de Mojica hacía prever una vuelta al equilibrio. La retirada del lateral Carpio por el delantero Barreiro barruntaba aún más aventura. Y el gol del último, la descomposición todavía más acusada del Valladolid.
No fue así porque tras el tanto –entró Óscar, por Borja– Roger igualó rápidamente e inauguró la mejor fase de un Valladolid más confiado en sus transiciones ofensivas y dotado de mayor claridad entre líneas con la entrada del salmantino.
Bordalás decidió ejecutar un doble cambio (78′) para intentar apaciguar el crecimiento pucelano: Llamas y Abalo por Toquero y Manu. Y Abalo y Llamas, cuando el Pucela mejor se encontraba, fabricaron el gol de la victoria a cinco minutos del final. No importó retirar a su capitán del centro del campo y al delantero que, junto a Juli, más ocasiones de gol fabricó.
Tampoco resulta ya sorprendente que el Valladolid se haya reducido de tal forma. Todo es tan negro a su alrededor que hasta elige una equipación totalmente oscura para caer otra vez.