Un Real Valladolid nulo en propuestas tácticas vuelve a desfigurarse. No se advirtió un equipo, sino una serie de individuos con el único fin de salir airosos de esta pesadilla estirable como los chicles
Cada vez se hace más difícil analizar, más allá de las emociones, al Real Valladolid. En barrena, esculpido en el desorden táctico y las pocas variaciones que experimenta en cada partido, se ha acostado en un estado de patetismo llano de donde sólo lo pueden liberar factores externos: que los rivales por debajo no ganen.
El objetivo real del Valladolid no es volver a ser Real, sino eludir el descenso. No es ganar el próximo encuentro, sino saltar al campo. Demasiadas jornadas consecutivas sin sumar de tres y un cambio de entrenador representan detalles que varían el foco de un problema mucho más profundo. De identidad. Urge la catarsis para evitar convertirse en otro Racing de Santander.
El Lugo mereció la victoria en el Nuevo José Zorrilla. Los de Durán acumularon las mejores ocasiones de gol, fruto de su correcta lectura del partido. Con lo justo, porque tampoco brillaron, supieron dañar a las espaldas de la defensa vallisoletana. Que sumaran más fases de posesión supuso otro detalle insignificante cuando se compara con un análisis global de la crisis pucelana.
Del primer periodo no se puede extraer nada más que el sol brillaba y recordaba que el verano se aproxima, los rayos comienzan a picar sobre la piel y los futbolistas a cerrar contratos con otros equipos. También, que Alberto debutaba como técnico del Real Valladolid.
Del segundo tiempo, algo más. Que el Pucela lo inició con mejor posicionamiento que en el primero, aglomerándose en campo rival y buscando las bandas desde donde centrar al área. Que parecía verse algo más, no sangre, pero sí aliento.
El nuevo entrenador apostó por su guardia alavesista –Guzmán y Samuel en lugar de Villar y Silva– y empezó, casi desde el momento de la elección, a sufrirla. Sobre todo en defensa. Mario Hermoso se preparaba para lanzar un centro desde cerca de la medular, pero su envío topó en su marcaje, que inauguró, con un contragolpe, una serie de jugadas de ataque muy claras del conjunto lucense. Aquí se acabó el breve periodo de sensaciones aceptables del Valladolid.
Desde aquel gesto fallido, se acumularon los errores. Tiba perdía una pelota en el círculo central, el Lugo iniciaba la progresión ofensiva y Pereira la terminaba con un disparo al palo. La idea de Durán era lógica: cuando recuperaran la pelota, atacarían la espalda de la zaga vallisoletana. A partir de estas acciones construyeron su superioridad en el segundo acto. Y, en una de ellas, el gol de Joselu.
Al momento del tanto, Alberto optó por cerrar los pasillos interiores por donde campaba el Lugo. Fue el momento de Anuar, cuyo debut en liga parecía solo anhelado por quien lo ha visto jugar en directo con el Promesas. Desde su entrada, demostró más apego a los colores que gran parte de sus compañeros. No temió el contacto, pidió la pelota, la recogió y distribuyó. Estuvo presente y favoreció, en parte, que los pucelanos no terminaran de derruirse.
Anuar fue el único rayo de luz en un Nuevo José Zorrilla que, cada dos semanas, recuerda que el verano aún no ha llegado, que el sol no calma sino encoleriza. Asientos arden, vacíos. Aficionados arden, encogidos, gestando la pitada final para empezar, de verdad, de cero.