El Valladolid que no puede más: otro dispositivo de presión alta que no sabe ni puede superar y un plan inexistente para dominar los espacios

El Real Valladolid es experto en revivir al prójimo mientras se mata lentamente a sí mismo. Lo lleva haciendo toda la temporada, en la que ha pulido tanto su técnica que va a caer a puestos de descenso y seguirá soñando por ascender.
En El Sadar, un estadio coqueto que al Valladolid siempre le parece gigante, dilapidó las opciones de alcanzar la promoción a Primera. Clausuró esa utópica era de humo y palabras frágiles y saludó a otra mucho más terrenal e ingrata. Aquella en la que el sueño más deseado es querer despertar.
El conjunto de Miguel Ángel Portugal ha caído en cuatro de los últimos cinco partidos, aplastado no sólo por factores emocionales, sino por deficiencias tácticas que han vuelto a aflorar contra el CA Osasuna.
Los rojillos bailaron entre dos sistemas: el 5-3-2 y el 4-4-2. Las figuras de sus carrileros, muy importantes en el engranaje del equipo y, específicamente, en el primer periodo de partido, marcaron las variaciones más significativas en el dibujo de Enrique Martín. Pucko, a priori como lateral derecho de inicio, se desenvolvió a una gran altura, como extremo. Flaño, por el costado contrario, también protagonizó varias subidas destacadas.
Es, desde la actividad ofensiva de las bandas, donde Osasuna construyó una superioridad materializada en el gol de Nino. La táctica en la fase ofensiva local perseguía dos situaciones partiendo de un mismo inicio: colgar centros laterales para que los remataran Nino y Urko Vera o, en su ‘defecto’, segundas jugadas a las que se incorporaran futbolistas como Torres, Oier o incluso Merino.
Todo esto fue posible, también, por el dispositivo tan engrasado en la presión alta. Como sucedió en el Nuevo José Zorrilla, Osasuna impuso un pressing iniciado por un vivísimo Nino y Vera y secundado por la siguiente línea de mediocentros y de carrileros. Así, cerraron la salida del Valladolid por dentro y por las bandas.
Los blanquivioletas, obligados al lanzamiento largo, perdían sus opciones en el juego aéreo. La pareja André Leão-Rubio, totalmente superada por el tridente Oier-Merino-Torres, no consiguió hilar con la media punta ni mucho menos establecerse en campo contrario. Éste fue el principal debe castellano: sin balón ni protagonismo en campo rival, la profundidad ofensiva era mínima.
La tendencia de dominio de espacios de Osasuna se prolongó hasta el último tramo del primer tiempo, cuando los pucelanos encontraron la manera de estirarse y pisar tres cuartos, siempre en juego directo, y rozar el empate en varias ocasiones de Villar.
Imagen mejorada ante un Osasuna ‘especulador’
En el segundo acto, aunque los rojillos partieron con la misma premisa en términos de presión sin pelota, recuperación rápida y verticalidad en tres cuartos, su ritmo fue decayendo. Enrique Martín, entonces, optó por dotar al equipo de más fiabilidad defensiva con la entrada de Buñuel por Vera, reforzando la línea defensiva.
Posteriormente, el Valladolid, ya con Borja y Rennella en el campo –cambios unidos a los de Samuel por Juanpe-, comenzó a habitar con más frecuencia el terreno de Osasuna, igualar el duelo en el centro del campo y encontrar huecos desde donde crear peligro.
Martín, en un contexto modificado de repliegue, espera y salida rápida, retiró al lateral Flaño y eligió a Sánchez para dotar a su medular de más peso.
No en vano, el Pucela gozó en el periodo final del partido de arrojo y de alguna acción para empatar. Lo que no tuvo, lo que no tiene, fue un plan para acercarse al gol. Desorientación, inseguridad y, ahora, vértigo.