El Real Valladolid, pese a acumular tres jornadas consecutivas sin saborear una victoria, contempla el play-off a tan solo cuatro puntos

Una de las mejores plantillas de Segunda División deambula en tierra de nadie, perdida y sin saber hacia dónde mirar. Tres jornadas consecutivas sin lograr una victoria es un lastre importante para un equipo que aspira a ascender a la ‘Liga de las Estrellas’, ante el cual sumar de tres en tres se antoja esencial. Lo peor, empero, más que los números, es el aspecto de un equipo que parece no terminar de ser eso, un equipo.
Las dos últimas y abultadas derrotas fuera han evidenciado un estado de endeblez y vulnerabilidad considerable. Y es que cuando los partidos se complican, el Real Valladolid se desdibuja, se desvanece y su fútbol desaparece. Remar embrolla a los jugadores blanquivioletas, que son arrastrados por la corriente del rival como si de un conjunto inerte, vacío y sin alma se tratase.
Si bien, pese a ser una situación desastrosa, no es dramática aún y el objetivo permanece a cuatro puntos, teniendo en cuenta que todavía sea esta la meta –que por números lo es–.
Con veintisiete puntos en juego de una Segunda División impredecible y que brilla por su irregularidad, lo menos pensado puede ocurrir. No obstante, atendiendo a las sensaciones que transmite este equipo, conseguirlo se percibe algo más enrevesado.
Dos derrotas y un empate en los últimos tres encuentros es el bagaje cosechado por los pupilos de un decepcionado Miguel Ángel Portugal que, al igual que sus jugadores, está de capa caída. Ocho goles encajados en dos partidos sucesivos a domicilio es una estadística que nunca antes había sufrido este club en la categoría de plata; un jarro de agua demasiado fría para un equipo que venía demostrando que Zorrilla era la tarea pendiente.
El optimismo que imperaba en la afición tras las goleadas a Oviedo y Llagostera fue demasiado pasajero, y es que el aficionado vallisoletano está destinado a sufrir, y mucho. El Mirandés se encargó de bajar de las nubes a los blanquivioletas que pasaron del cielo al suelo en un segundo. De golpe y porrazo. Y ante el Almería y, máxime, ante el Leganés no supieron retomar el vuelo, pues frente al entramado pepinero, el Valladolid sufrió su mayor derrota, no solo en cuanto a goles se refiere, sino también en cuanto a dolor ocasionado.
Echando la vista atrás, a estas alturas hace un año, el Valladolid de Rubi padeció un contratiempo similar. Cayó derrotado por dos goles a cero en El Toralín en la jornada número 31, perdió por la mínima ante su afición con el Albacete en la siguiente y enlazó la tercera derrota consecutiva en Montilivi, donde el Girona venció por dos a uno.
No obstante, tras esta mala dinámica, la nave blanquivioleta dejó de navegar a contracorriente para proseguir por el mar en calma y acumular siete jornadas puntuando, de las cuales cuatro finalizaron en triunfo y tres, en empate. Si bien, la situación era completamente opuesta pues, pese a echar en falta personalidad y carácter en el equipo al igual que ahora, por aquel entonces militaba en puestos de play-off, en concreto, en la quinta plaza.
Para rememorar una situación más semejante a la actual, cabe recordar la temporada previa al ascenso con Mendilibar. El curso 2005/06 parecía inmejorable para conseguir el ascenso gracias a un primera vuelta ejemplar en la que los blanquivioletas encajaron solamente tres derrotas.
Sin embargo, la segunda fue una frenética caída libre y fueron doce los partidos que finalizó el equipo comandado por Alfredo Merino con el saco vacío. Por estas fechas, el Real Valladolid perdió cuatro envites de forma consecutiva que le hizo descender desde la novena a la decimoquinta plaza y sufrir por lograr la permanencia. Datos, todos ellos, que esperemos no repetir este año y queden en una mera anécdota.
Ahora, con nueve jornadas por delante y pese a que la situación actual no invite al optimismo, toca ser fiel, creer y seguir enganchado a un equipo que demuestra ser capaz de lo peor, pero también de lo mejor. Habrá que continuar sufriendo, sí, pero inevitablemente, mientras haya posibilidades, la esperanza persistirá ahondando en los corazones blanquivioletas.