El Real Valladolid supera al Llagostera, en el duelo más cómodo del curso, a través de la amplitud de Mojica y la sociedad del todos de sus atacantes

Piensas en Roger y Mojica después del partido, en el piso, con la noche libre para devorar hamburguesas y poner hip-hop en los altavoces conectados a la pantalla FULL HD que ha comprado Johan en Ikea en sustitución de la que resquebrajaría con una patada involuntaria al bailar salsa choke.
Piensas en que, pasada la medianoche, han recorrido varias listas de Spotify y videos de YouTube, y quieren avanzar al siguiente nivel. Unos selfies en el ascensor y a explorar la noche que, en sociedad, siempre depara más historias que en soledad porque la soledad, en el fútbol, suele servir para esconderse en uno mismo y dividir a los equipos en pequeñas fracciones de lo que podrían ser.
El Real Valladolid, en sociedad, está demostrando generar más resultados que hasta la llegada de Roger –y, también, Rennella–, en el mercado de invierno. Juntos, la música se hace coral y los bailes, sincrónicos, como el juego que los de Miguel Ángel Portugal han practicado en los últimos dos choques.
Si Roger ejerce de cantante, Mojica le sirve los ritmos a la batería y Villar se desliza entre las cuerdas de la guitarra eléctrica. Rennella, al violín, dibuja un gesto que te hace imaginártelo protagonizando un anuncio de suavizantes. Tiba homenajea al prototipo de alumno timorato, de perfil bajo, en una clase de egos donde sus puntuales pero brillantes intervenciones lo hacen sentirse valorado y animado para aportar más, siempre que sea pertinente. «Menuda sorpresa, no nos esperábamos que fuera de pronto tan ocurrente».
Es un grupo de colegas que ante el Llagostera jugaron en la cal para hurgar en las debilidades de un oponente demasiado blando. Miguel Ángel Portugal no quiso tocar lo que tan bien funcionó en Oviedo –la línea de cuatro atacantes es inmutable– y acertó. El doble pivote Borja-Tiba, clave en el Tartiere, rindió a un nivel más que aceptable y ayudó a las labores de presión para recuperar pronto una pelota que fue de por sí blanquivioleta.
Durante el primer periodo, donde pudieron aparecer las únicas ‘semidudas’ a los pucelanos, el ataque local se volcó sobre la banda de Mojica, que despertó una intensa disputa con Masó. El cafetero fue profundo y vertical, además de amplio, y de sus botas nacieron la mayoría de centros laterales que amenazaban a la defensa gerundense.
Los pucelanos no encontraron problemas para superar el repliegue defensivo de un Llagostera frágil e inerme en la basculación y la presión, la cual sólo intensificaba cuando la secuencia ofensiva pucelana rozaba el último tercio de campo. Si el gol no llegó antes fue, principalmente, por el empeño a veces mecánico de anotarlo.
Entonces, Mojica, desde el extremo, descerrajó un centro medido que enganchó Roger arrojándose al verde. La combinación, electrizante, adentró al Real Valladolid en un estribillo que siguió sonando en bucle hasta el final del encuentro. Desde la cal se mostró insistente Mojica; por dentro, se intercambiaban los roles Roger y Rennella –autor de un doblete–. Y la defensa, que a pesar de no ‘conocerse’ se compenetraba, atendía al ritmo dominante del resto de sus compañeros.
En el partido más plácido del curso, todos pudieron cantar más alto que nunca. Los vecinos se lo permitieron, aunque acabaran atiborrados de salsa choke.