El Real Valladolid cae por cero a uno ante el Huesca en la enésima decepción de la temporada, un déjà vu del triste arranque de curso

El Real Valladolid volvió a ser ante el Huesca el de las peores citas. Aquel que, hiciera lo que hiciera, se ganaba una semana tras otra la calificación de su actuación como la peor de la temporada. Tal fue la pobreza del juego desplegado que, quizá, haya quien vuelva a pensar eso, o por lo menos, no sin razón, que es el peor envite de la ‘era Portugal’.
Algo de mérito tiene la Sociedad Deportiva Huesca: justo es reconocerlo. Pero, sin desmerecer a lo bien que lo hicieron los de Anquela, es de recibo recordar que su situación en la tabla es peor y que, sobre el papel, el Pucela es superior. Aunque cada partido está para ser jugado, y ahí radica una de las grandezas del balompié, en la capacidad de romper previsiones y lo establecido, no debieron perder los blanquivioletas, y menos habiéndose dado los resultados que previamente se habían dado.
El plan urdido por el técnico oscense fue el idóneo y le salió perfecto: presión alta para amedrentar al rival en sus inicios y, una vez se vio por delante, repliegue medio modificando esa presión por la que ejercían los azulgranas a quien tenía el balón, lo que provocó no solo muchas imprecisiones, sino algo peor: infinidad de pérdidas de Álvaro Rubio, que cuajó seguramente su peor actuación en años –decíamos…–.
Cómodo robando y corriendo tras recuperación, el cuadro altoaragonés halló en Machís y González dos puñales. Así, entre ambos generaron diferentes oportunidades sin acierto, hasta que llegó el gol. Fue el segundo quien llevó un contragolpe y quien finalizó frente a Kepa, que repelió el disparo, si bien el primero se encontró con el rechazo en el segundo palo y remachó a la red. Ni tan siquiera media hora había transcurrido. Y ya habían pasado bastantes cosas, todas negativas para los locales.
Fríos, como compungidos, vieron romperse a Leão, aunque es difícil hablar de una incidencia importante de su lesión en el devenir de los hechos, pues si bien llevaba poco en el tapiz, la situación era la misma: costaba dominar el balón, y por descontado el espacio lo dominaban los otros, una tónica que marcó los noventa minutos. Fue un querer poco y un no poder nada.
Sí, así es, dio toda la sensación de que el Real Valladolid quiso poco. No le puso aquellos arrestos que hay que poner a cada balón dividido. En intensidad ganó siempre el Huesca, y ya se sabe que cuando el fútbol no asoma, por lo menos hay que echarle ganas. Dirá alguno, llegados a este punto, que es problema no fue de actitud. A lo anterior, lo de las disputas, hay que añadir que para equivocarse en un regate antes hay que intentarlo. Y ahí también pecó el Pucela.
El valor no gana por sí solo partidos, pero normalmente los equilibra. Y cuando la igualdad y la normalidad son reinas consortes, la espontaneidad hace de rey Salomón y decide. Amilanado, encogido por lo que cabía esperar del Huesca, nadie supo hacer algo distinto, y en el pecado los locales llevaron la penitencia: no solo se encontraron atados de pies y manos; es que además no lucharon por desasirse ni buscaron emular al escapista.
Cambiar todo para que no cambie nada
Y no es porque Portugal no lo intentara. Hecho insólito, agotó los cambios antes del descanso. Faltaba precisión en la elaboración y carecía su equipo de circulación. Eran los dos puntas congestión, mayor por la querencia de Del Moral hacia adentro. Estaban los veinte tan juntos, tan cerca, que lo correcto era, o esa sensación había, ser más ancho e intentar ser más profundo. Por eso la entrada de Mojica y de Óscar, aunque luego fuera más de lo mismo. Ya se sabe; a veces, lo mejor es enemigo de lo bueno.
Con cincuenta minutos por delante, las permutas se recibieron con pitos expresados y con clamor interno. Lejos de suponer un giro en el argumento, fueron dos personajes planos, incapaces de romper en toda la segunda mitad el entramado aragonés –si acaso Mojica lo intentó un par de veces–. Es más: ni acabar jugando con uno más sirvió de algo.
Sin más incidencia ofensiva que la citada, si acaso un par de acercamientos de usted, los minutos transcurrieron y el Huesca fue plegando velas, retrasando el repliegue para guardarse en defensa y, porqué no, cazar al rival en algún contragolpe. Y lo hizo, pero falló en el tres para dos frente a Kepa.
Con todo, falló el Real Valladolid en otra final, y van dos seguidas. De haber ganado, se habría colocado a dos puntos de la promoción, que si uno lo mira por el lado bueno, no está tan lejos; ahora, es difícil encontrar ese optimismo después del enésimo peor partido de la temporada, no solo por este, que también, por descontado, sino por la sensación que deja: que no basta, ni bastará, así se empeñen en ser torpes los demás.
Como queda mucho, se hablará estos días venideros de examen de conciencia y de verdadera final, la finalísima, otra más, y de que vencer al Real Oviedo en el Carlos Tartiere es reengancharse, si total, no están tan lejos. Permítanle a quien escribe, por lo menos hoy, ser descreído. Seguramente como, al menos hoy, usted también lo será.