El Valladolid suma tres partidos seguidos sin ganar, cosecha su primera derrota en dos meses y deja volar algo más que tres puntos: también, credibilidad, confianza y los objetivos iniciales de temporada
Se repite la misma historia. En el momento de demostrar si tras la fachada hay algo más que pose y una camiseta histórica se demuestra que no hay nada. Al menos, nada que permita hacer un equipo capaz de escapar de la mediocridad.
El Real Valladolid fue la sombra de la sombra de la dignidad. Desbordado por un Huesca apurado, se vio sin identidad ni rumbo. Más perdido que Pedro Sánchez buscando socios para formar gobierno, careció de actitud, lo poco que lo mantenía vivo.
Careció, también, de una respuesta a la presión muy alta de los oscenses, quienes se limitaron, y no es poco, a repetir lo que otros conjuntos habían desplegado en el Nuevo José Zorrilla.
Desde el principio desataron a su última línea, Arruabarrena y Camacho, para presionar la salida de la defensa y cerrar las líneas con los medios pucelanos.
Rubio y Leão –pronto lesionado- primero, y el riojano y Borja después, no tuvieron ni un minuto de poso y claridad. Cuando el primer fase del Valladolid no terminaba en un balón perdido en el aire, el segundo solía fracasar: el doble pivote Miranda-Bambock ejerció un trabajo efectivo en defensa y, el exgunner, provechoso en ataque.
Pero quien más contribuyó a marear y desarbolar al Real Valladolid fue el venezolano Machís. Sus movimientos, tan afilados y verticales, fluían como empujados por un soplo de fuerza y coraje que permitió al Huesca llegar en bastantes ocasiones y con mucha facilidad. Las transiciones defensivas pucelanas se resquebrajaron entre la inarmonía y la descolocación. No en vano, fue el autor del único gol, del que no supieron reponerse los blanquivioletas.
Miguel Ángel Portugal, cuestionado por la tardanza de los cambios en Tarragona, viró su estrategia con sequedad y decisión: en el 40’, ya había agotado los cambios. El de Leão por obligación y los de Rennella y Del Moral por Óscar y Mojica, por necesidad. El burgalés creyó que el regreso al 4-2-3-1, a la combinación entre líneas, ayudaría al Valladolid a salir de su campo, ganar anchura y a volver a juntar líneas.
Lo cierto es que de eso poco logró. En el segundo periodo, el Valladolid se movió más por agonía que por convicción porque siguió sin dominar ni templar el choque, ni con un jugador más después de la expulsión en el 76’ de Bambock. Sus acciones iban precedidas de nervios y concluían en pequeños fracasos que fueron configurando una enorme bola de frustración e incomprensión.
El Real Valladolid padeció muchas pérdidas de pelota, a las que ayudó la buena colocación del Huesca en defensa –merecedor del triunfo, máxime por su primer tiempo- y jamás llegó a comprender qué le estaba ocurriendo. No es sencillo desentrañar la causa por la que, cuando tenía la posibilidad más clara de la temporada para acercarse a la promoción, huyó hacia atrás y se refugió en el propósito más grandilocuente: el de abogar por la remontada.