El Real Valladolid soltó a sus laterales más lejos de Kepa de lo habitual y franqueó con cierta comodidad la primera línea de presión rival, algo que no hizo en anteriores partidos. Se perdió en la inconsistencia
Al Real Valladolid le agota tanto ganar que tras conseguirlo se toma una o dos semanas sabáticas. Es como un escritor que, tras alumbrar una obra de arte, teme intentarlo de nuevo por si repite otra de su altura. El escritor, temeroso al éxito durable, y los blanquivioletas, encadenados a una inconsistencia parpadeante frente a los desafíos.
La animadversión ante la posibilidad de engancharse a otra liga volvió a influir en lo sucedido en Tarragona, donde el empate ha alejado al equipo pucelano de la promoción de ascenso, ahora a cinco puntos. Actitud, toda y más; gol y dominio, menos.
Miguel Ángel Portugal, decidido por un 4-4-2 en el que encajen Roger y Rennella, casi calcó el once que sacó un punto en el Nuevo José Zorrilla contra el Numancia. Álvaro Rubio recuperó la titularidad para jugar junto a Leão; Nikos y Moyano siguieron en los laterales. En ataque reincidió con el triángulo ‘exterior’ en el que más parece confiar el técnico pucelano: Rennella-Villar-Roger para atraer y flotar por el lado derecho, y Mojica para romper y fatigar por el otro.
Los castellanos tuvieron que discutir, otra vez, a una defensa rival que proponía una presión media-alta, sobre todo en la primera fase del partido. En ésta, el Nástic no permitía al Valladolid salir de su campo y, cuando perdía la pelota, activaba el bloque presionante con Emaná y Aníbal para morder a la defensa y la subida de un mediocentro (Tejera-Aburjania) para provocar la pérdida por dentro y orientar la salida de balón a la banda, donde es más sencillo taponarla.
A diferencia del encuentro ante el Numancia –entre tantos otros–, el Real Valladolid ajustó la salida y consiguió superar la primera línea. Una vez rebasado este paso, comenzó a crecer y a controlar el choque, inicialmente en manos de los locales. El gol del empate, primero de Rennella con la blanquivioleta, inyectó más confianza en los pucelanos.
Ejemplo de ello fue la posición de los laterales, uno de los elementos más destacados por no ser frecuente este curso. Tanto Moyano como Nikos aportaron presencia más allá de la medular, doblando a su interior y colaborando en la generación de espacios, fruto de la ubicación abierta del equipo.
Después del descanso, no en vano, el panorama experimentó varios cambios. El Real Valladolid gozó de varias maniobras de elaboración que hacían vaticinar el paso definitivo hacia la remontada. Sin embargo, dejó de controlar el juego aun estando cómodo en la iniciación de las progresiones ofensivas.
El entrenador tarraconense, Vicente Moreno, ejerció un cambio –Juan Muñíz por Aníbal– que, a la postre, insertó más movilidad en su línea de atacantes. Assoubre comenzó a permutar y a dejar el flanco derecho, al igual que Naranjo viró hacia el centro y Emaná, adonde quería.
En la pérdida del dominio, en la sucesión de transiciones, el Nàstic se sintió más fluido, porque podía aprovechar los robos, los espacios, con más posibilidades de éxito. La inclusión del exsportinguista Muñíz, pero sobre todo las acciones de Emaná y Assoubre, avalaban esta idea.
Portugal veía que el Real Valladolid se había dejado llevar por la ambivalencia en el juego. Y que los de Moreno estaban, en ese apartado, ganando el duelo. Miró al banquillo y, fascinando por un arrebato de nostalgia, vio al semitransparente Óscar y lo llamó. También al 4-2-3-1, que tampoco dotó de cambios notables al partido.
La entrada del mediapunta a diez minutos del final –por Nikos– hizo retrasar a Mojica al lateral izquierdo –como ante los sorianos– en un movimiento netamente ofensivo. Fueron minutos de una energía colectiva que podría haber hundido a cualquiera de las dos escuadras. El pelotazo de Villar al larguero en el 92’ habría señalado al Valladolid, si hubiera volado más bajo, la existencia de una posibilidad: la de poder ganar aunque extenúe.
Como si éxito y sufrimiento no fueran hermanos.