El Real Valladolid no puede con el Numancia en un partido marcado por la polémica arbitral y por el desacierto de cara a puerta, pese a los cuatro goles marcados

El Real Valladolid empató a dos ante el Numancia en un nuevo derbi marcado por lo que esta serie de partidos tienen la tendencia de ser: la intensidad y tensión convertidas en espectáculo. Vio puerta cuatro veces, pero solo valieron dos goles. Los otros dos quedaron para ese otro picante con el que cuentan a veces estos encuentros, una polémica arbitral que no debe ocultar lo bueno y lo malo que tuvo la actuación de los blanquivioletas.
El cronómetro de la imbatibilidad quedó parado en los 514 minutos, séptima mejor marca en Segunda División desde 2010, aunque el buen arranque de los vallisoletanos hacía presagiar que quizá hoy no se detendría. Y es que el Pucela quiso mucho, más y bien en los primeros minutos. Presionó alto para robar pronto y pisar todo lo posible campo rival, allí donde muchos se sienten cómodos.
Porque la cuestión es que los de Portugal son veloces, y disfrutan cuando transitan, pero mejor si esa transición es en territorio enemigo, claro. Se sienten cómodos en el estruendo, porque son tormenta.
Tienen el brío jovial del recreo en el patio del colegio, donde se busca la portería rival para aplastarla. Y viene potenciado esto por el dibujo actual con dos puntas y cuatro centrocampistas. Los medios se fajan, los extremos galopan y los delanteros pisan área con el vigor y la ambición de quien baila flamenco en Nueva York. Lo malo viene cuando la pelotita no quiere entrar, que viene a ser como si se le sueltan al caballo las riendas o se le rompe a la bailaora el tacón.
Ante el Numancia, puede parecer injusto decir que al Real Valladolid le faltó acierto, porque marcó cuatro goles. Sin embargo, en cierto modo así fue, porque aunque marcó más que el rival, dos no fueron válidos. Y, fueran o no precedidos de posiciones antirreglamentarias de los rematadores, lo cierto es que se perdonó la ida a los sorianos.
Con la presteza de quien se estrena en pareja, Roger adelantó a los locales en una acción en la que titubeó la zaga cuando Juan Villar tenía el balón y en la que nada pudo hacer cuando este lo soltó hacia ‘Billy el Niño’. El vaquero desenfundó y, ¡bang!, con un potente disparo por el centro puso por delante a los suyos.
Habían pasado solamente cuatro minutos, que precedieron a un vendaval. Como si Roger fuera Django, y Juan Villar el doctor Schultz, ávidos de sangre en el film de Tarantino, se apoyaron el uno en el otro para pasar por encima de la defensa numantina. Así, a los siete minutos el pistolero templó y sirvió para ‘El Duende de Aroche’, que obligó a Munir a hacer una de las mejores paradas de la tarde.
Ocho después, una buena jugada combinativa acabó de nuevo en las botas de Villar, que centró al corazón del área. ‘Billy el Niño’ alojó el esférico en la jaula, pero la acción venía presuntamente precedida de un fuera de juego previo al centro que dio al traste con lo que habría sido el dos a cero, para mayor desgracia de los blanquivioletas.
A decir verdad, en aquel momento pareció que podría no ser más que una anécdota, que luego se lamentaría. Y fue así porque siguió mostrándose incisiva la sociedad entre los dos protagonistas citados, que generaron varias oportunidades claras más, a veces uno en favor del otro, y otras del otro en favor del uno. Mientras, el Numancia solo inquietaba a balón parado.
Aunque no fue así como llegó la igualada. En una jugada desafortunada en la que Nikos y Marcelo Silva chocaron cabeza con cabeza y el tractor heleno se quedó tumbado en el suelo, los sorianos aprovecharon el vacío que había quedado en la izquierda para servir un centro al área que remató Callens a gol.
Que te marquen, como perder a un ser querido, no sucede nunca en buen momento. Pero quizá fue el peor, porque deslució, como la falta de acierto en alguna ocasión más, otro ciclón ofensivo. Y además pareció que el Pucela se resintió, ya que en el inicio del segundo periodo no fue ese equipo dominador del espacio que fue en el primero (lo del balón es otro cuento).
Cerca de la hora de encuentro, en uno de los no pocos dos para uno a los que los hermanos Valcarce sometieron a Moyano, Luis centró para que Pedraza, libre de marca, marcara el uno a dos. Y entonces Portugal intentó reaccionar buscando eso que había faltado hasta entonces, tener el balón de verdad, y por eso metió a Álvaro Rubio.
Llueve sobre mojado
Por cómo empezó la segunda mitad, aquello llevaba camino de hacer bueno lo de que quien a hierro mata a hierro muere. Pero la cosa cambió con la entrada del capitán primero y de Manu del Moral después. Entonces, la inercia de quien sabe hacer suyo el cuero como si en lugar de futbolista fuera hilandera llevó al Real Valladolid a embotellar al Numancia, con el paso de los minutos cada vez más preocupado de que no se jugara.
Fue ahí donde (más) falló el colegiado, si uno tiene en cuenta que las acciones más controvertidas fueron cosa de sus asistentes. Fue permisivo con el uso de los brazos de los sorianos –ni tan siquiera cabe decir demasiado: la Circular 3 es clara– y con su juego subterráneo, al límite. Si no desquició a los jugadores locales, como a la hinchada, fue porque mientras él cantó a Joaquín Sabina («y morirme contigo si te matas, y matarte contigo si te mueres»), los de Portugal, por suerte, prefirieron jugar emulando a Fito Páez («blablablabla blabla, llueve sobre mojado»).
Munir, salvador en los primeros 45 minutos por su atención a los balones profundos, continuó viéndose sometido a continuas intentonas. En una de ellas, ¡boom!, Roger soltó un latigazo desde la frontal para empatar, un tiro que amenazó con ser la bomba que terminara de poner patas arriba el encuentro y que sonó como un «¡Pucela, Pucela…!».
Recién encarado el último cuarto de hora, Juan Villar tuvo un déjà vu. Después de un magnífico centro de Rennella tras pase de Manu del Moral, sublime en los minutos que jugó, volvió a marcar gol, pero como en la primera parte, el línea levantó la bandera, a destiempo, fruto de su mala situación en la acción de ataque blanquivioleta.
Los minutos finales fueron un quiero y no puedo, con la enésima oportunidad de ‘El Duende de Aroche’ y una de Guzmán, que trató de ser revulsivo. Dio la sensación de que al Pucela le faltó tiempo, ya que, volcado sobre la puerta de Munir, quién sabe si de haber durado más el envite habría marcado por quinta vez.
Lo cierto es que sufrió otro frenazo, que no desliz o patinazo, pues si bien adoleció de cierto control del esférico y no siempre fue capaz de dominar el espacio, fue el más ambicioso de los dos equipos que pisaron Zorrilla. Fue mejor, aunque valga de poco, y aunque volvió a errar alguna vez en defensa y otra vez pudo ganar por aplastamiento. El problema, árbitro aparte, es que no lo hizo, aunque por suerte sigue solo a tres puntos de la promoción de ascenso.