A debilidad neutralizada, debilidad aflorada. El Real Valladolid vuelve a dejar marchar puntos en su feudo, a pesar de mejorar a domicilio. Y lo hace sin dominar la sala de máquinas. Aunque, al menos, regresó Álvaro Rubio

El Real Valladolid ha ido resolviendo, limando, defectos que colaboraron en terminar una primera vuelta mediocre. Reforzó su muralla defensiva, con récord de imbatibilidad mediante, comenzó a ganar a domicilio y, con las incorporaciones de Rennella y Roger, imprimió prestaciones en ataque. Pero sigue pesándole un factor decisivo para aspirar a cotas altas.
Ganar en casa.
Los blanquivioletas no han podido encadenar dos triunfos seguidos en el Nuevo José Zorrilla en lo que va de curso. Los elementos ambientales le dañan más que le favorecen: parece más temeroso ante los suyos que en otros estadios.
Frente al Numancia de Arrasate, en un partido de poco control y muchas ocasiones, se acentuó esta circunstancia, favorecedora del clima de escepticismo en torno al conjunto pucelano. Pronto inauguró el marcador, fruto de un gol de Roger al picar al espacio y encontrarse solo ante Munir.
Al poco, Villar perdonó el segundo. En tromba, azotados por la alegría que destilaba un Roger hipermotivado, las sensaciones invitaban a pensar en una tarde de tranquilidad y reafirmación.
Sucede que el Real Valladolid sobrevaloró de tal manera su buen arranque que accedió a equipararse al plan de Arrasate. Es decir, no pudo sortear las acciones urdidas por el Numancia para resquebrajar los primeros pases locales y los sorianos, cómodos en el papel de presionar en un bloque alto, le arrebataron su razón de ser. Sin tanto balón como en principio aspiran los pucelanos poseer, estos fijaron el foco en limitar las acometidas por la banda izquierda copada por los hermanos Valcarce.
El Numancia hizo algo muy bien: cerró pasillos interiores gracias a un despliegue defensivo notable de la pareja Pérez-Pedraza y complicó, por tanto, la salida limpia de Borja, quien no vio con claridad la conexión con André Leão ni con los jugadores exteriores. De hecho, en algunas acciones de presión alta numantina tuvo que ser el luso, normalmente por delante del exmadridista, el que desarrolló la salida lavolpiana para abrir espacios a espaldas de la primera línea soriana.
Sin aquel control tejido línea por línea, con mesura hasta la medular y vértigo desde entonces, el Valladolid no se advertía superior al Numancia. Los de Arrasate priorizaron las progresiones ofensivas por la banda de Luis y Pablo Valcarce, quienes conectaban con Julio Álvarez y con Álex Alegría.
Antes del descanso, eso sí, el Real Valladolid gozó de tres acercamientos claros precedentes al gol del empate a uno de Callens, todos moldeados sobre un estilo más vertical que el teóricamente propuesto por Miguel Ángel Portugal.
Más directos, más ofensivos: más ocasiones
En el segundo tiempo, los blanquivioletas no salieron como en el primero. Para más inri, los problemas en creación del doble pivote vallisoletano no aminoraban, evitando así el dominio local. A los 12’, los nervios se desataron. Pedraza, uno de los futbolistas con mayor flujo de actividad del partido, consiguió la remontada y aceleró las variaciones de Portugal.
El técnico del Real Valladolid retiró a un Borja bastante perdido en la medular por Álvaro Rubio, sobre quien se alojaba la duda de su rendimiento tras semanas de inactividad.
La reacción pucelana fue, no en vano, muy positiva, porque pudieron igualar el choque 5’ después tras un potente disparo, de nuevo, de Roger. A partir de aquel momento, los blanquivioletas se hicieron con el mando de manera más clara, acudiendo al gol con más frenesí y con una verticalidad mejor entendida que hasta entonces.
Las ocasiones se sucedieron, con gol legal anulado a Villar, y se lanzaron sin cortapisas a por el partido: Portugal sacó a Nikos, magullado, por Del Moral, para que Mojica ejerciera de lateral zurdo y el jienense de extremo izquierdo.
Con una disposición más ofensiva, y Rubio como catalizador del juego, el Pucela sí mereció más ante una defensa que despejaba todo lo que caía en el área. Las ocasiones morían cuando superaban el último tercio, y la frustración dominaba cada movimiento cercano al gol.
Porque, al final, el empate supo a poco. Primero, por no haber sido capaces de ser efectivamente superiores al oponente –mejores tras el empate de Roger, cuando más merecimientos hicieron para ganar-; después, por una actuación arbitral defectuosa, que no es finalidad analizar aquí; y, por último, por dejar escapar otros dos puntos del Nuevo José Zorrilla, donde el Real Valladolid se vio bloqueado.